El origen del descreimiento

Sin duda existen, han de existir siempre, personas justas y honradas. Y probablemente, quiero creer, serán más de las que parecen (personalmente doy fe de varios casos). Además, soy el primero en repetir todo aquello de que no hay que confundir la parte con el todo, de advertir del peligro de las generalizaciones absurdas, de la injusticia de condenar al grupo por las acciones de sus individuos. Pero admito que cuando alguien a mi alrededor se permite decir una de esas fórmulas de «Es que los políticos son todos unos...«, cuando alguien hace un comentario politicista*, cuando oigo un exabrupto de ese tipo, ya casi nunca lo rebato.

Como miembro de mi generación, tengo que reconocer que me inunda un descreimiento casi absoluto hacia la clase política. Hacia sus miembros, acciones, sistemas, palabras, métodos de comunicación y un largo y penoso etcétera.

No me creo nada.

Y eso sí, que quede claro, en absoluto diría que la gente -más o menos- joven «pasa» de política. Casi todo el mundo tiene sus tendencias y hay muy pocos idiotas (etimológicamente hablando). Pero los que ya no consiguen convencer a casi nadie son sus portavoces, sus voceros. De hecho, diría que cuando alguien se muestra muy firme en la defensa de tal o cual partido (tanto monta) se le percibe algo así como a un panoli. Un engañao, un fanboy/girl,  un iluso. O peor aún: se desconfía también de él. Algo así como en el chiste de los dones de dios: de las tres virtudes -político, buena persona e inteligente-, sólo se puede ser a la vez dos de las tres. Es decir:

  • quien es político y buena persona, no es inteligente
  • quien es político e inteligente, no es buena persona
  • quien es buena persona e inteligente, no es político

Pero me resisto a aceptar que las cosas tengan que ser así. Alguna razón debe haber para que exista ese descreimiento tan extendido, tan tenaz, tan instalado y profundo. Para que nos sintamos insultados al ver las noticias y nuestros muros de facebook parezcan el de las lamentaciones o incluso de los agravios. De verdad, lo digo en serio, con la vaga nostalgia de lo que nunca he conocido: ¿Dónde quedaron los líderes? ¿Cómo pueden los que ahora ocupan sus puestos producir tanto rechazo?**

Por supuesto, tengo una teoría. (Nada más que una teoría y, de hecho, probablemente menos: una mera intuición).

Y es que, lisa y llanamente, la élite política no pisa tierra. No la ha pisado en su vida. Y ahora, con las crisis económicas y las revoluciones tecnológicas, menos todavía.

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Con esto quiero decir que la inmensa y creciente fractura, la incomunicación que se da entre el pueblo llano y sus «representantes» se debe a factores como que:

  • En un grandísimo número de casos, las élites políticas son las segundas y terceras generaciones de cargos similares del pasado. Son príncipes-políticos, formados desde su infancia según el linaje que corresponda para desempeñar su papel. Lo que alguno llamó «élites extractivas» y algún otro contestó (y merece la pena leer a ambos, seguramente).
  • Ése papel consiste en participar de unos juegos de poder del todo oscuros para el ciudadano de a pie. La mayoría del trabajo que realizan todos esos diputados -cuyo número se discute a menudo- y senadores -para qué vamos a hablar- se realiza de manera oscura. Borradores y modificaciones de proyectos de ley, que se pactan en despachos en los que unos y otros se rascan la espalda recíprocamente. (Y todo eso sin hablar de las 20 familias).
  • Porque paralelamente, absorbidos en sus juegos, están completamente alejados del día a día de la gente. Es decir, la incomunicación va en los dos sentidos. Sus realidades no se tocan. Hay políticos -muy importantes- que no saben cuanto vale un café, ni cuál es el salario mínimo. Esta iluminación la tuve cuando leí que que alguna defendía poner un IVA reducido, precisamente, en los campos de golf. Es sólo una construcción mental mía, lo sé, pero lo vi claro. Dice eso porque con el director del club sí que habla, porque con él puede empatizar. Pero con una frutera, un panadero, el chico de la biblioteca no puede. Porque no ha  hablado con ninguno de ellos jamás. Ni lo va a hacer. No hay personas detrás de esas cifras.
  • Porque tratan a la ciudadanía como niños a los que sugestionar en lugar de como a adultos capaces de comprenderApuntando siempre a las emociones, en lugar de al intelecto. Una vez me contaron que se suele usar una metáfora en los cursos que les dan sobre como hablar en público: «Todo el mundo puede hacer malabares con una pelota. Con dos, casi todo el mundo. Para tres hay que dedicarle un rato. Y más de cinco o seis, sólo pueden hacerlo los profesionales. Con los conceptos pasa lo mismo. Si haces un discurso demasiado elevado, con muchos conceptos interrelacionados, sólo te van a entender los especialistas. Y eso son muy pocos votos. Pero si sólo sueltas un titular, llegarás a todo el mundo«. 
  • Evidentemente, sí, la corrupción. Lo curioso es que, según autores, la tendencia a la corrupción es algo inherente a sistemas como el nuestro. Y es que no hace falta ser, de entrada, una mala persona para acabar siendo corrupto. Es algo que también se aprende. Y tenemos un caldo de cultivo fabuloso para ello. (Aunque haya alternativas I, II y III) Os muy recomiendo la entrada sobre un libro -que debe de ser interesante- que escribió Joaquín Sevilla. Y también el vídeo:

En definitiva, no son alienígenas, no son seres extraordinarios, sin humanidad. Son sólo élites en guetos de élite. Con sus propias servidumbres. Y, tal vez,  muy alejados de cuanto hace grande al hombre. De lo que lo vincula y le da un sentido completo. Habrá quien ni siquiera recuerde su mortalidad.

Una pena para todos. Porque nos necesitamos.

*************

* Dejadme que me invente la palabra politicismo, en la línea de términos como machismo o racismo. Al fin y al cabo, se trata de otro tipo de prejuicio y discriminación.

** El cómo es posible que a pesar de ello se siga funcionando así, queda lejos del alcance de este post. Y probablemente también de mi capacidad de comprensión, a secas. En todo caso, sospecho que puede tener algo que ver en que, entre ellos y los medios de comunicación configuran un marco de debate (en el sentido de Lackoff en su «No pienses en un elefante«, en Resumante escribieron un estupendo resumen) y no es posible salirse sin resultar ridículo.

4 comentarios en “El origen del descreimiento

  1. Querido Luis: yo creo que esta separación entre gobernantes y gobernados no es sólo de aquí ni sólo de ahora.
    Para cualquier partido (o individuo) el objetivo es llegar al poder (esto es algo que se declara muy abiertamente y sin vergüenza), no servir a la sociedad potencialmente votante (esto sería una facultad a ejercer una vez obtenido el poder). Lo que creo que sí puede ser diferente según que épocas y lugares es el grado de convicción col el que el individuo de la calle compra

    1. Querido -y prófugo- Ricardo… ;)

      No me cabe duda. A lo largo de la historia de la humanidad, lo más normal, es que las diferencias entre gobernantes y gobernados ha sido abismal. Piensa en faraones, emperadores, reyes y zares frente a habitantes esclavos sin calidad siquiera de ciudadanos.

      Pero creo que en ese lapso de la revolución francesa hasta la segunda guerra mundial, quizá antes, desde la ilustración hubo un intento verdadero de acercamiento. De representación. De casos de personas que, sin ser nadie, acabaron siento para todos o incluso todos («La France c’est moi», decía De Gaulle). Su objetivo era llegar al poder, sí. Pero con voluntad de servicio y de justicia.

      Lo que lamento mucho es que creo que la tendencia se está invirtiendo. Peligrosamente. Y creo que el grado de convicción con el que la gente compra, también tiene que ver con la calidad y la honestidad del «producto». En este caso, más que deficiente.

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