Capítulo +2
Me despierto en plena noche, y solo en la cama. ¿Verónica? Estará dándole pecho al niño. Las manillas fosforescentes del despertador marcan las dos menos algo con sonrisa burlona. Bueno, mañana llegaré hecho polvo al periódico, no haré nada y le daré más motivos al imbécil de Formosa para despedirme. Pero aún así me levanto.
Los encuentro a los dos en el sofá, como esperaba.
-No hacía falta que te vinieras al salón. Podías haberle dado en la cama.
-Pues seguramente sí. Porque como a ti nada te despierta.
-¿Ha llorado?
-¿Tú qué crees?
-Cariño, si pudiera darle el pecho yo, créeme que lo haría.
-Mira, déjalo. Hazme caso.
Me enciendo un cigarro y me siento en la butaca frente a ellos. Aparto con los pies las cajas de regalos que hay sobre la mesa y los dejo apoyados. No pesan nada. Será todo ropa de bebé.
-Al final no me enseñaste lo que trajo mi madre.
-¿No? Pues estará por ahí. Es una cajita verde.
Me incorporo un poco, sin levantarme del sillón, para buscarlo.
-Pues no lo veo. ¿Qué era?
-Un colgante. Muy mono.
-Con algún tipo de poder místico, seguro.
-Si, una Virgen y un niño Jesús.
-¿Un niño Jesús?
-Dice que quiere que se lo pongamos en el bautizo.
-Pero si tú no querías bautizarlo.
-No. O sí. Yo qué sé.
-Bueno, más que nada que a la mujer le damos un disgusto si no lo hacemos.
-También le disgusta que se llame Ángel.
-Se llama Ángel.
-Sí, sí, sí… Se llama Ángel. Lo que no entiendo tu… obcecación con ese nombre.
-¿Qué pasa? Me gusta.
-Y tanto. Como que ni siquiera me tuviste en cuenta.
-Sí. Esta vez me tuve en cuenta a mí. Para variar.
Ella cierra los ojos un segundo, se cambia al niño de pecho despacio y contesta contenida.
-Quiero que sepas que considero injusto lo que me has dicho y que me ha dolido.
-No. No sigas por ahí. No me pongas esa voz.
-¿Y qué hay en mi voz que te haga sentir tan inseguro?
-Verónica, por favor, si vamos a tenerla, la tenemos. Pero mantente alejada de ese rollo psicológico barato.
-Vete a la mierda.
-Eso está mejor, ¿ves?- Le digo con sonrisa de vendedor de enciclopedias y me enciendo el segundo con la colilla del primero.
-Y no fumes delante del niño, joder.
Me trago el humo de la siguiente calada. Voy a la ventana, apago la primera colilla en el platito con ajos que hay en la repisa y echo el humo fuera.
-¿Entonces dónde está el regalo de mi madre?
-Estará por ahí. Yo qué sé.
-Verónica, tarde o temprano voy a verlo.
-En el primer cajón del buró.
Al abrirlo encuentro una cajita de terciopelo verde.
-Por lo visto está hecho de encargo- comenta Verónica.Dentro hay una cadena de oro con un colgante de los que se abren. Seguro que hay un nombre para eso. Está grabado.
–Con la Virgen y el Niño, como no– continúa.
En realidad no es la Virgen, sino María Makiling. El de dentro, sin embargo, sí que es el niño. Hay también una inscripción “Para Jesús, de su abuela”.
-Me cago en la vieja, joder.
-Jesús, no hables así de tu madre.
-¿Pero tu has leído la inscripción?
-Hombre. La mujer lo hizo con toda su buena intención. Ella no sabía…
-¡No quería saber!
-Ni tú le dijiste nada.
-Estaba claro que no se iba a llamar Jesús.
-Podíamos haberlo hecho.
-No. No podíamos.
-No llegó a nacer.
-Ya era nuestro hijo.
-Pero no llegó a nacer.
-Es una cuestión de respeto.
-Y yo estoy de acuerdo contigo y lo sabes. Pero la mujer debió imaginarse que…
-Claro. Es que es eso. Se imagina las cosas. Constantemente.
Verónica arrulla al niño para dormirlo, y yo tiro la primera colilla por la ventana y continúo.
-La mujer se monta una película, y luego coge y se la cree.
-Eso lo hacemos todos…
-Muy bien. Continúa con tu apología del autoengaño, anda.
-Yo sólo digo que es muy normal que…
-Lo que no me parece normal es su manera de imponerse a los demás, Verónica.
-¿Como que no, Jesús? Todos lo intentamos. Yo misma. Y tú. Empezando por los artículos que escribes para el periódico, sin ir más lejos…
-Verónica, joder, no compares- le digo señalando a la ventana -Si tenemos cabezas de ajo en las repisas. En nuestra propia casa.
-¿Pero qué te pasa con ella últimamente? ¿Por qué la odias tanto?
-No me vengas con eso ahora. ¿Qué la voy a odiar?
Apago la segunda colilla sobre una cabeza de ajo, y cierro la ventana.
-Es mi madre, joder. La adoro. Si hasta me salvó la vida. ¿Recuerdas?- Le digo señalando mi mano sin cicatrices.
-Joder, Jesús. Lo tengo totalmente presente. Os he escuchado a los dos contarlo, en estéreo por cierto, en cada cena de navidad desde hace cinco años.
-Pues sí, en estéreo. Y la volverás a oír seguro. Porque es nuestra puta historia, ¿entiendes?
Ahora se queda en silencio, con los ojos brillantes, y eso me mata.
Me siento a su lado y le paso la mano por el pelo muy despacio.
-Perdona. Ya sabes que últimamente llevo mucho estrés encima. En el periódico hablan de despidos, justo ahora que llega Ángel… Y claro, luego viene la mujer con sus histerias que a mí me…
-Te juro que no entiendo lo tuyo con tu madre.
-¿El qué? Tengo una deuda inmensa con ella. Eso es todo.
-Lo no entiendo es que no puedas vivir con ello.
Y entonces aparta la cabeza de mi mano, se levanta y, al salir del salón, apaga la luz.