Capítulo +1
Se llama Ángel.
Verónica me emboscó en mitad del flan hace unos meses. Quería discutir más eso del nombre. Pero esta vez no. “Se llama Ángel”, le vocalicé como si fuera la funcionaria menos lista del registro. Ella asintió, se fue a la cama sin dar ni las buenas noches y luego tuvo un antojo de higos a las tres de la mañana. No era época de higos ni de antojos, pero me puse los pantalones y salí. Había ganado. Se llamaría Ángel.
Y ahí está, durmiendo su primer sueño.
Ahora que estamos tan en los ochenta, dicen las revistas que los padres a la última, ya no sólo hablan inglés, también están en la sala durante el parto. Y casualmente sucede que mi mujer es una madre a la última. Así que me ha resultado imposible declinar la invitación al espectáculo de fluidos de esta noche. Me he tragado, sin saber a cuento de qué, pero con la mejor cara posible, todo el olor dulce e inconfundible. Y he sostenido la mano de Verónica, crispada de dolor, marcando cada hueso, mientras los demás hacían cosas que servían para algo.
Pero ya está. Ya tenemos nuestra propia miniatura de ser humano en la que proyectarnos. Tres kilos doscientos. Se llama Ángel.
En la maternidad todo el mundo duerme aún. Verónica, el crío, la chica gitana y sola… Las últimas horas han sido como cuando hacia de imaginaria. Vaya, salvo porque me he escondido en el lavabo para fumar. Pero amanece, y ya se oyen pasos de enfermeras y rodar de carritos. El día que ahora empieza será largo. En realidad a mí me empezó ayer, y era como cualquier otra mierda de día hasta que Verónica me llamó al periódico. Y tuve que salir con la mirada de Formosa clavada en la nuca. Como si por no trabajar me inventara hasta los partos. Gilipollas.
En fin. Qué más da.
No son ni las ocho cuando se abre la puerta. Pero en lugar de la chavalita en bata blanca que esperaba, aparece la figura escueta de mi madre.
Se abalanza sobre mí con un gritito de “cariño” en el que cada vocal debe durar como diez segundos. Yo le devuelvo el abrazo intentando no hacer ruido.
-Sssshhh… -le digo,- que los vas a despertar.
-Ay, hijo, ¿y quién quiere dormir en un día como este?
-Pues igual esa gente que ha pasado la noche entre contracciones y dolores inenarrables.
-Déjalo, cariño, ya estoy despierta – dice Verónica bostezando- Buenos días, Teresa, ¿qué tal?
-Ay… ¿Cómo que qué tal? ¿Cómo estás tú, bonita? – y se vuelca también sobre Verónica mientras yo envío un – Bueno, ¿y de despertar el crío qué?- que no parece llegar a nadie.
-Bien, bien, todo ha ido sin problemas esta vez – le responde la madre devolviéndole el abrazo con debilidad.
-¿Dónde esta el chiquitín?
-Ahí en esa especie de cuna.
-Cosita…
-No lo cojas ahora, mamá, que está dormido -, le advierto.
Pero ella mira a Verónica con ojos de pedir, y la otra se encoge de hombros. Como luego me pregunte que por qué le he dejado, la tenemos.
Aunque hay que reconocer que la mujer se da maña cogiendo niños y el crío ni se despierta. Cuando lo tiene en brazos le hace la señal de la cruz sobre la frente y lo besa.
-Al final ha sido uno sólo- le dice a Verónica -tendrías que haber comido plátanos de los dobles-.
-Con uno nos vale, Teresa, puedes creerme.
-Sí, pero claro, a tu edad ya si no…
-Quieres hacer el favor de callarte, mamá- interrumpo en seguida viéndomela venir. Pero he subido algo el tono y la chica gitana me mira con aspereza un segundo, para luego girarse en su cama y hacer como que duerme, o tal vez intentarlo.
-Ay, hijo, qué carácter tienes…- dice mi madre, mientras Verónica me pide con un gesto disimulado de su mano que me calme.
Entonces mi madre mece a Ángel suavemente y le besa la frente. -Jesusico, bonito, que ganas teníamos de que vinieras ya-.
Verónica y yo cruzamos miradas con los ojos como sombrillas y, por unos segundos, no sabemos reaccionar.
-El niño no se llama Jesús…- termina por decir Verónica.
-¿Cómo que no?.
-Como que no– le digo.
-Pero habíais decidido que se llamaría así.
-Eso lo decidimos la otra vez, Mamá.
-Queríais que se llamara como tu padre y como tú.
-No pudo ser.
-Pero si…- empieza a decir ella.
-Jesús murió, Teresa-. Corto en seco-. Déjalo ya.
Las lágrimas asoman en los ojos de mi madre. Y ya se ha liado. Bravo. Entre todos lo hemos conseguido. El niño se despierta y, como por simpatía con los brazos que lo llevan, empieza a llorar él también. Mi madre lo arrulla, o se arrulla a sí misma a través de él, quien sabe, y cierra los ojos, como intentando quedarse a solas con mi hijo.
-Tú, desde luego, nunca te has caído de morros, ¿verdad?- me dice Verónica con esa respiración lenta que, en su caso, suele preceder al dramatismo de folletín.
Para ver si me dejan un poco en paz, me dedico a mirar por la ventana. Una ambulancia que venía de urgencia ha parado en el cruce y ha terminado apagando las sirenas.
-¿Y cómo se va a llamar entonces?- dice al cabo de un rato.
-Pues habíamos pensado que Ángel…- responde, Verónica.
-¿Ángel?
-A Jesús le ha dado muy fuerte con ese nombre, ¿sabes?
Mi madre me pone la misma cara que cuando le dije “Verónica es divorciada”. Y, dicho sea de paso, hoy no estoy para chorradas.
-Me gusta Ángel, ¿qué pasa?
Como toda respuesta, deja al niño en los brazos de su madre y, cabizbaja, empieza a frotarse la cicatriz de la mano derecha. Eso ya es demasiado para mí.
-Me voy a fumar- les digo.
La puerta, se cerrará sola.