Una vez más, estoy de jurado en el premio literario éste. En los años que llevo haciéndolo he estado afinando un sentido crítico para con lo que leo cada vez más afilado. No lo considero injusto -me preocuparía mucho hacer eso- pero sí muy eficiente en resultado/esfuerzo. El ganador -de esto estoy seguro- no va a tener dos párrafos seguidos flojos. Así que si toda la primera página me lo parece, el texto está fuera. Me importa poco cuánto mejore, porque no les ponemos nota a cada uno, no los estamos ordenando de mejor a peor: sólo queremos identificar a los realmente sobresalientes. Así que soy -y animo al resto de los miembros del jurado a que lo sean- bastante duros en la primera criba.
La deliberación final es otra guerra. Y ahí sí que afinamos, leemos y releemos, consideramos y reconsideramos. Pero el 80-90% de los presentados no entra. Y es lo que tiene que ser.
Digo esto con total convencimiento. Y, sin embargo, también a ratos me pregunto, ¿pero quién carajo me he creído yo que soy?
Sobre todo cuando me sorprendo a mí mismo escribiendo cosas que, en textos de otros, me llevaría a descartarlos sin ningún miramiento. Porque esto me ocurre. Mucho. Por ejemplo, el caso de la elaboración literaria que considero más diferencial: mostrar, no interpretar.
Se puede estar en desacuerdo con esto que digo pero, en los textos que más me interesan -a mí personalmente y sin intención de sentar cátedra con esto-, el autor te muestra situaciones, deja a los personajes desenvolverse y hablar. Los hace responsables de sus propias palabras, y al lector de interpretar lo que significa todo ello. Cuánto hay de cierto y de velado en cada verbo, en cada acción y en el ángulo que se forma entre ambas realidades. Me parece respetuoso para con el lector y bastante menos presuntuoso por parte del autor. Es cierto que la selección de las acciones y las palabras esconden intenciones, pero del dato a la interpretación, de la imagen a la narrativa, de la señal a la síntesis de sentido; hay un salto, una elaboración, que cada lector tiene derecho a realizar a sus gusto. Y es respetuoso por parte del autor no negárselo.
No necesito ir muy lejos para explicar esto. Me pongo a mí mismo de contraejemplo. Hace unas semanas, en mi GKeep hice una anotación para arrancar un eventual relato. La nota, algo enigmática, como suelen ser este tipo de apuntes, decía nada más que esto:
Escribir, a modo historia, la vida de cada uno de tus amigos de aquí a 10, 20, 30 o más años. Ir recibiéndola. Escribir una historia de alguien que lo hace y sus consecuencias.
No sé a vosotros, pero a mí me lleva a imaginarme muchas historias posibles. Quizá ese alguien va descubriendo con el paso de la vida unas virtudes adivinatorias sorprendentes. Tal vez sólo bajo ciertas circunstancias. O puede que las divergencias entre su texto y la realidad, vayan haciéndose más evidentes. Puede que estos escritos le resulten al personaje-narrador tan identitarios, tan necesarios para aceptar su vida y sus relaciones, que se sienta el guionista de la vida de los otros. Y que acabe intentando utilizarlas, como profecías forzadas, exigiendo esos acontecimientos a la vida. Que si hay que descubrir, pongamos, una infidelidad para propiciar un divorcio, se inventa. Y si hay que encubrir un asesinato, se escenifica. Si hay que… O tal vez no tenga nada que ver con eso. Quizá, simplemente, sea un texto sobre el pasar de la vida y la continua decepción de la expectativa, hasta que la expectativa se revuelve sobre sí misma y comienza a generarse en función de lo que encuentra disponible.
No lo sé. Es lo que tienen estos gérmenes. Que no sabes dónde te van a llevar. Por eso son tareas creativas. Porque te obligan a hacerte preguntas que no sabes responder, ¿no era eso?
El caso, a lo que iba este post. Decido hacer algo raro en mí. Que es comenzar a escribir sin haber reflexionado demasiado sobre cómo quiero construir la historia. En gran medida, claro, porque todavía no la conozco. Pero es un primer esbozo y quiero ver qué tal se patina en este hielo. Y me descubro escribiendo esto:
La primera vez, lo escribió como regalo de cumpleaños a su amigo Julio. Tenía más complicidad que dinero y le pareció que podía ser divertido narrarle su vida en los próximos diez años. En aquel momento, parecía una enorme cantidad de tiempo. Que los veintisiete le convertirían a uno casi en un señor. No sabía por entonces que uno sigue siendo la misma persona con otra edad. Le imaginó, no sin cierto humor, una serie de vivencias originales y peripecias bienintencionadas de final feliz.
Lo releo.
Me enfado. Y escribo: “¡NO! ¡Elaboración literaria, por favor!”
Entonces es cuando me decido a escribir este post. Para explicar lo que considero que es sudar la camiseta y currarse un texto.
Según mi propio diagnóstico, ése texto falla estrepitosamente porque estoy interpretando en lugar de mostrando. Es como si uno fuera a comer por ahí y que le sirvieran comida masticada.
¿Y cómo debería reescribir ese texto? Pues venga… me pongo el mono de trabajo -no hay otra-. Lo primero sería pensar cómo puede verse esa complicidad y esa falta de dinero. Cómo son esas expectativas imaginadas por un chaval de diecisiete años.
Sorprendió a su amigo por la espalda. Con una mano le tiró de la oreja hasta enrojecérsela, con la otra le puso un sobre en el pecho. El otro le llamó cacho cabrón y la clavó el codo en las costillas. ¿Qué cojones es esto? Ábrelo. ¿Me estás regalando una puta carta? ¿Por mi cumpleaños, tío rata?
Ok, ahí se les ve a los chavales. Son bastante creíbles, creo. Y estamos mucho más en el aquí y en el ahora. Pero… de verdad ¿os interesan? A mí no.
Así que le damos otra vuelta de tuerca. ¿Qué tal si creamos un personaje un poco más turbio, no comenzamos a contar la historia desde el principio y nos metemos en su cabeza?
Releo mis propias anotaciones. Les escribí, deliberadamente, sin marcar fechas. Porque la sincronicidad, tiene otros órdenes de verdad. Conozco las narrativas en las que se embeben nuestras historias, pero del mismo modo que los pastores leen las nubes y los vientos. Lloverá esta tarde. Sin hora ni minutos, sin litros. Pero ha de llover antes de un nuevo sol.
Mi misión, por tanto, ha sido estar atento siempre a las señales y preparado para los acontecimientos. Un simple espectador pasivo, puede ser parte de un plan superior. Como un escriba que documenta la vida de esta comunidad y en este tiempo para un uso que todavía no se entiende.
Por ejemplo, desde los diecisiete sabía, porque así fue escrito a través de mi mano, que Jorge perdería un hijo cuando el país vecino sufriera una sacudida. Que el séptimo mes de embarazo de Marta coincidiera con los altercados de París me confirmaron que debíamos esperar lo peor.
Releí mis notas y las contrasté con las noticias de Le Figaro, Le monde, Le soir e incluso The Guardian. No llenaban las portadas, pero los signos estaban ahí, claros y fuertes para quien supiera entender. ¿No dijo acaso El Señor, “el que quiera escuchar que escuche, el que quiera entender que entienda”?
Lo mejor sería que estuviera cerca de ellos para cuando la fatal interrupción del embarazo se precipitara de forma fatal. Tenía que estar ahí para que, cuando ocurriera, el impacto fuera mínimo. Quizá estuviera a tiempo de salvar la vida de la madre.
No sé a vosotros. Pero a mí esta historia -como lector- me está apeteciendo mucho más que cualquiera de las anteriores. Tengo la sensación de estar en la cabeza de un perturbado (gracias, Poe, tú marcaste el camino) y una cierta sensación de “se masca la tragedia” que tendré que ver cómo resuelve el autor.
En este caso, es cierto, como el autor también soy yo, me deja en una posición un tanto incómoda para no decepcionarme de mi propio resultado. Pero, si lo entendemos como un juego –¿y para qué escribe uno si no es para jugar?– se le quita a uno el miedo y le apetece seguir.
Hace tiempo me di cuenta, y me sigo confirmando en ello, de que la diferencia entre un escritor novel y uno experto no está en la primera versión de sus textos, sino en cuántas horas, cuántos recursos y cuánto criterio es capaz de invertir el experto en mejorar esa primera versión.
A ver si lo consigo y un día de estos…
****
photo credit: Homo_Vitruvianus via photopin (license)
Lo fácil satisface menos, no? ;)
Los resultados malos, más bien. Pero es raro tener buenos resultados con facilidad. ;)