Por eso las noticias empiezan con unas impactantes imágenes, por eso Obama fue en su momento un producto perfecto y sin embargo, a veces, no tenemos muy claro qué es lo que anuncian los anuncios.
Porque ninguno de ellos quiere transmitir información objetiva, racional, cuantificable o falsable. Saben de sobra que lo que mueve al hombre, lo que le motiva, son las emociones. Se apunta a las tripas y se dispara anhelo, estatus, imagen, «elevados sentimientos de pertenencia a…«
Y, de entre todas las píldoras, ninguna funciona tan bien como el «érase una vez«. Las técnicas de la narratividad. No importa nuestra edad, nuestra condición social, nuestro bagaje cultural. El sentido crítico se desactiva -porque no aplica- y las cifras no se requieren. Queremos que nos cuenten -otra vez- el cuento del pequeño héroe urbano, de la víctima inocente, del self-made-man o de la mujer que se impone en un mundo de hombres. Muchas veces, relatos ejemplizadores de personas que, «gracias a <inserte aquí un producto o unas siglas>«, encontraron su manera de prosperar. Otras, fábulas a medio construir que nos llaman a actuar, a posicionarnos.
Nuestra forma de entender el mundo funciona mediante historias. Ya de niños comenzamos a aprehender el mundo con cuentos. Y esa tendencia nos acompaña siempre, por mucho que aprendamos a dominar la abstracción y la lógica -lo cual, por cierto, no es tan frecuente-. Las construimos y las reconstruimos permanentemente. Narrándonos una y otra vez nuestra propia vida y de la del mundo que nos rodea. ¿Por qué podemos recordar cientos de historias, de libros, de películas, de chistes y anécdotas y sin embargo tenemos problemas para recordar un número de teléfono de nueve cifras? Porque nuestra cabeza, simplemente, funciona así.
Esto lo saben los candidatos menos cándidos y los mercaderes más hábiles. De ahí que Steve Jobs comience sus más elocuentes discursos diciendo «Dejadme que os cuente tres historias de mi vida» y que «la niña de Rajoy» fuera un intento desmañado, pero claramente orientado. De ahí los mitos fundacionales de nuestras regiones, instituciones, religiones. De ahí la narrativa perpetua del éxito deportivo, esa «expectativa recurrente, rotatoria, sin fin: lo siempre nuevo siempre igual garantizado«. De ahí la personalización de ideologías o movimientos sociales en narraciones de personajes únicos, juzgables como héroes, villanos o, tal vez, antihéroes.
Cuando se dispone del talento suficiente el cuentacuentos es capaz de imprimirle el ritmo de la lírica o la resonancia íntima y plural. Pero no hace falta que las cifras lo respalden, que los argumentos estén convenientemente hilados o que la lógica sea rigurosa. Al fin y al cabo, en las historias todo cabe, todo se disuelve: la falacia, la parcialidad, la causalidad forzada, el sesgo, la atribución al mérito de lo que pudo ser azar.
Porque las historias son historias. Porque así es como ocurrió, ¿no? Y si es que no… ¿qué importa?
Queremos que nos las cuenten. Que nos las sigan contando.
Nota: Este post es paralelo a «Rendir Cuentas» y tendrá su continuación, contraparte de «La Trampa – por Adam Curtis«.
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