La entrada de hoy es trampa.
Es trampa porque no es mía. Es de José Saramago. (La encontré en el libro «De este mundo y del otro«, 1971, recopilación de crónicas para el diario «A Capital»).
Es doblemente trampa, porque me entran ganas de copiar hasta la explicación de por qué la robo (concretamente, la que da él al comienzo del segundo párrafo).
Pero no puedo dejar de compartir esto. Me parece un lujo que Saramago dedique tres páginas a explicar un verso que, como él dice, no lo precisa -pero, sin duda, lo merece-.
Yo en realidad lo que quiero es poder decir a partir de ahora en este blog, cuando la ocasión lo requiera: «venden los dioses lo que dan». Enlazar la frase a esta entrada y que el que me siga, entienda exactamente a lo que me refiero.
Bueno. Basta de preámbulos. Que hablen los que saben.

Venden los dioses lo que dan
Lo mejor de esta crónica va a ser el título, que, por otra parte, como todo el mundo sabe, no es mío. Es de Fernando Pessoa. Pero por si hay aún por ahí alguien que no sabe quien es Fernando Pessoa, le diré que fue un poeta que sabía mucho de esas cosas de dioses y de los negocios que ellos hacen. Sabía tanto que tuvo que inventar dentro de sí otras personas que le ayudaran a soportar la carga y el peso de la sabiduría. Y ni siquiera así pudo vivir en paz.
Mucho de lo que se escribe no pasa de glosas a lo ya dicho, de modo que esta crónica es tambien una glosa, escrita en medio tono, de un verso que de ella no precisa. Pero las circunstancias pueden más que las voluntades, y ahora no tengo voluntad bastante para resistir a la obsesión de este verso: «Venden los dioses lo que dan». Y para que la crónica no sea totalmente gratuita, imagino un lector ingenuo, de esos que no van más allá del entendimiento literal de los textos, y que, por eso mismo, no consiguen entender cómo y por qué es vendida una cosa dada. Por otra parte, si dejamos de lado estas altas caballerías poéticas, hasta viene la equivalencia en un refranero de esos que venden en las ferias a tres un duro. Dice el pueblo (o decía) que «cuando la limosna es grande, el pobre desconfía».
Simplemente, aquí se desencuentran el pueblo y el poeta. Y resulta que éste, al final, no desconfía. Recibe de manos de los dioses lo que los dioses le van dando, y lo recibe como un triunfador, mostrando a todo el mundo los benévolos dones de que le han colmado. Hasta que llega el día en que le pasan la factura. Y como en este negocio no se comprometen dineros, ni los dioses aceptan este pago, paga el poeta con el alma, única riqueza que tiene, y la única que los dioses aceptan como moneda adecuada. Para eso mismo hicieron el negocio. Entonces, el poeta (no es forzoso que lo sea: basta que se trate de hombre a quien los dioses hayan elegido, y ellos ya saben a quien eligen) deja caer los brazos, descubre el fraude y murmura «Venden los dioses lo que dan».
¿Y qué venden los dioses, dando? Todo cuanto exalta al hombre, todo lo que lo engrandece. Venden La inteligencia aguda, venden la sensibilidad exacerbada, venden la lucidez implacable, venden el amor apasionado. Y esto, que son caminos de perfeccion (de gloria, en el más alto sentido de la palabra) se vuelve, de repente, un infierno en la tierra. Los dioses rodean de murallas a la víctima elegida y en esa arena del sacrificio la dejan sola. Es la soledad: el mayor espectáculo del mundo. Se sientan los dioses en las gradas y disfrutan. No entran leones en ese circo — ¡y ojalá entrasen!-. No nay combates de gladiadores — ¡y ojalá los hubiera! Los dioses son apreciadores expertos, y saben que esas trivialidades nada añadirían al plato fuerte del menú: la lucha del hombre para conservar su alma.
¿Cómo acaba el espectáculo? Siempre igual. Anduvo el alma por las gradas, pasó de mano mano, le dieron la vuelta una y otra vez, los dioses se indicaron unos a otros las heridas sangrientas, las viejas cicatrices. Entretanto, en medio de la arena, el hombre es un ovillo informe. Saciados los dioses, con gesto desdeñoso, le devuelven el alma y se van del circo. Van en busca de otra víctima. Laboriosamente, difícilmente, el hombre reintegra en sí el andrajo que le han devuelto. Es lo más precioso que tiene. Ahora que está desnudo, sabe que no tiene otra riqueza. Echa abajo, como puede, la muralla con que lo cercaron, y sale a campo abierto. Los dioses se alejan riendo y conversando. En el fondo, no tienen la culpa: es que son así.
El hombre se endereza e intenta respirar. Da lo primeros pasos. Y como quien se conjura a sí mismo va diciendo: «Venden los dioses lo que dan». Hagamos votos para que no lo olvide. ¿Pero sería hombre si no olvidara?
José Saramago
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vaya, se podrían escribir páginas y páginas (hacer una tesis, incluso) sobre los tres últimos párrafos de Saramago, aunque fueran siempre torpes en comparación… o quizás es mejor no desgranar nada, no desvelar demasiado y dejar que la vida siga haciendo su camino.
Pero lo que es realmente alucinante es lo que esconde la pregunta retórica del final «¿Pero sería hombre si no olvidara?» buff…
gracias por el descubrimiento!
Todos somos iguales. Por esto entendemos que cada ser humano es en esencia, la misma cosa que el de al lado. Pero existen -hubo uno al menos- algunos pocos que,por utilizar un símil muy actual, no sólo briegan con el balón del conocimiento, es que juegan realmente en otra División.
Cuando uno de éstos muere, una siente que ha muerto alguien de quien el mundo no podía permitirse el lujo de prescindir.
Leer cosas como ésta que has colgado aquí, no hace más que confirmarlo. Una se siente huérfana sin saber explicar muy bien por qué.
4 some1:
Una tesis, dices. Tendría gracia: de un verso, un artículo. De un artículo, una tesis. ¿Y a partir de la tesis, cuantas resonancias? Alguna vez leí que toda la historia de la filosofía occidental son notas a pie de página de Platón.
Supongo que ése es el mérito del poeta. Plasmar lo ambiguo, lo profundo o lo imprevisto en la aparente sencillez de diez palabras.
Sin necesidad de cambiar las referencias, volvemos a Pessoa: «la capacidad de comprender cuándo el azul del cielo es realmente verde, y qué parte del amarillo existe en el verde azul del cielo.»
Lola:
Entiendo perfectamente a lo que te refieres con lo de dejarnos un poco huérfanos. Se nos ha secado una fuente, y roto una brújula.
Nos queda, al menos, que a éste los dioses lo exprimieron bien. Y se dieron las circunstancias de que su mensaje pudo llegar alto y claro y plurilingüe. El «descansa en paz» tiene todo el sentido en este caso, ¿no te parece?
Un abrazo.
Ya no recordamos muy bien de qué manera llegamos hasta aquí, los enlaces fractálicos de la Red y esta memoria que no merecemos tienen la culpa. Lo que sí recordamos es sumergirnos en todas las letras lentas ahora y dejarlas a buen recaudo en ese cajón de tesoros que es «Mis Marcadores» Éste fue el primer texto que encontramos, guardamos, que nos maravilló y que, sobre todo lo demás, nos inspiró para otras letras.
Hoy lo hemos vuelto a encontrar. Y a sonreir.
Sirva este pequeño comentario como constancia de nuestro Agradecimiento por escribir y por compartir su saber… Porque al hacerlo, sin querer queriendo, lo convierte en un gran Estimulante, en Inspiración para los que leleemos.
Gracias sinceras.
Y un Abrazo.
Señor Humo, Señorita Cabeza… las gracias he de darlas yo, sin duda. Estos comentarios… joder.
Acabo de darme un paseo por vuestra página y… ¡eh! ¡Se acaba demasiado pronto! Porque he visto cosas estupendamente escritas ahí. Cuando tenga un rato comento en condiciones.
Estamos en contacto.
Se acaba demasiado pronto, sí… Lo mismo que nuestra memoria cuando se trata de chequear los comentarios.
Gracias giratorias por el empujón, Luis: haremos que El Humo dure un poco más. Lo antes posible.
Un Abrazo.
jajaja… Sí, supongo que yo también debo de tener mil réplicas a mil comentarios dispersas por el mundo. No llegamos a todo.
Y, eh, sigo sin ver al señor humo o la señorita cabeza publicar nada desde hace demasiado. Yo, sin más, por presionar… ;)