Hace unas semanas escribí una cosita sobre el mentalés, «el lenguaje del pensamiento«. Reconozco que me fascina estudiar esa voz que nos habla dentro. Y en lo creativo, también, da mucho juego. Qué riqueza la de los monólogos interiores[1] cuando están bien hechos. Domina el subjetivismo, sí, pero se dan tensiones, extrañamientos, sombras. No es literatura impostada, diseñada «para que le quieran a uno», desde luego.
Así que tiré de varios hilos, investigué de aquí y de allá, me pasaron un podcast… Y llegué a esta tesis:
Una buena técnica para escribir un monólogo interior es trabajarlo como si se tratara de una conversación.
Pero creo que es más entretenido si os cuento cómo llegué a esto.
Después de mi post sobre el mentalés, Joaquín Sevilla, me pasó un link a un podcast fantástico llamado «Inner Voices» (voces interiores). Todo entero es increíble, pero para esto interesa la primera parte. En ella nos explican una teoría[2] de principios de siglo XX, propuesta por un tal Lev Vygostski en la que habla de la relación entre el lenguaje y el desarrollo del pensamiento.
Lo que normalmente se entiende de lo que dijo**, es que existe una relación explícita y profunda entre el habla (tanto externa como interna) y el desarrollo del pensamiento. Dice que el diálogo interno y externo son cualitativamente diferentes pero que, realmente, el interno proviene del externo por un proceso que él llama de “internalización”. Es decir, aprendemos a hablar y con ello vamos aprendiendo a configurar nuestro propio pensamiento interior.
Pongamos un ejemplo: un niño jugando con un rompecabezas con su madre. Mientras van buscando las piezas, ordenándolas, fijándose en la barba de papá noel o en el pato del lago, se establece una conversación a través de la cual el niño va asimilando el modo de pensamiento.
Dicho de otra manera, el niño empieza hablando con otros, luego a sí mismo y posteriormente, llegamos a ese «pensamiento interior», a -dicho en otra terminología- el mentalés. Y no en sentido contrario, como podríamos intuir. Finalmente, el lenguaje acaba modelando el pensamiento de la persona. No es que no existiera nada antes, sino que ahora es más sofisticado y complejo.
Por lo tanto, el pensamiento se desarrolla de una forma social y de alguna manera continúa siendo así para siempre. Como si las voces interiores que «escuchamos» pudieran representar, de alguna manera, a las personas significativas con las que hemos tenido interacción social. Dicho de una forma un tanto poética, llevamos dentro a todas esas personas integradas dentro e incluso podemos reconocerlas como parte de nuestro yo.
O no.
Porque ¿qué pasa cuando no reconocemos alguna de nuestras voces interiores?
La mayoría de nosotros nos extrañamos cuando oímos nuestra vez a través de un micrófono, y casi todos somos incapaces de reconocer nuestra propia voz cuando se le aplica un ligero tratamiento. Algo como hacerla más grave o más lenta. De manera que ¿qué pasa con aquellos que realmente “oyen voces”? ¿Con aquellos que, en cierto modo, tienen inquilinos en la cabeza?
Bueno pues, sobre eso, resulta que Ricardo Liberal había compartido un vídeo hace tiempo que en seguida rescaté. Son 14 minutos. Desconozco la validez científica de esta propuesta, pero me pareció muy bueno. Sin olvidar que se trata de una TED Talk. Ya sabéis, charlas de gente que, básicamente, buscan financiación; por lo que tienden a ser altamente esperanzadoras y sospecho que bastante edulcoradas. Pero me resulta muy interesante para lo que quiero contar. Si ahora no lo vais a leer, recojo fragmentos en texto más abajo para que podáis seguir el hilo (o podéis leeros también la transcripción completa al español).
La historia de Eleanor Longden comienza al empezar la universidad:
“Salía de un seminario cuando empezó, tarareando para mí misma, moviendo mi bolso igual que cientos de veces antes, cuando de repente oí una voz que decía con calma, «Ella está saliendo de la habitación».
Miré alrededor y no había nadie allí, pero la claridad y la firmeza del comentario era inconfundible.Agitada, dejé mis libros en las escaleras y corrí a casa, y ahí estaba otra vez. «Ella está abriendo la puerta».
Ése fue el comienzo. La voz había llegado. Y persistió la voz, días y luego de semanas, seguía y seguía narrando todo lo que hacía en tercera persona.
(…)
Era neutral, impasible e incluso, después de un rato, extrañamente sociable y tranquilizadora, aunque me di cuenta de que su exterior tranquilo a veces resbalaba y que ocasionalmente reflejaba mi propia emoción inexpresada. Así, por ejemplo, si yo estaba enojada y tenía que ocultarlo, lo que hacía a menudo, siendo yo muy hábil en ocultar lo que realmente sentía, entonces la voz sonaba frustrada. De lo contrario, no era ni siniestra ni inquietante,
Fue entonces que cometí un error fatal, le dije a una amiga acerca de la voz, y se horrorizó.
A partir de ahí Elenar cuenta una escalada de médicos, psiquiatras, ingresos hospitalarios. Y sigue:
«Pero habiendo sido alentada a ver la voz no como una experiencia, sino como un síntoma, mi miedo y resistencia hacia ella se intensificó. Esencialmente, esto representó tener una postura agresiva hacia mi propia mente, una especie de guerra civil psíquica, y esto provocó que el número de voces aumentara y fuera progresivamente más hostil y amenazante.
En efecto, un círculo vicioso de miedo, evitación, desconfianza y malentendidos se habían establecido, y esta fue una batalla en la que me sentía impotente e incapaz de establecer cualquier tipo de paz o de reconciliación.
Dos años más tarde, el deterioro fue drástico. Para entonces, tenía el repertorio entero y frenético: voces aterradoras, visiones grotescas, delirios extraños, inmanejables. Mi estado de salud mental ha sido un catalizador para la discriminación, el abuso verbal, y la agresión física y sexual, (…)
A continuación, habla de la gente que le apoyó, a nivel humano, y también de un médico que creía en su recuperación.
Yo solía decir que estas personas me salvaron, pero lo que ahora sé es que hicieron algo aún más importante, me facultaron para salvarme, y sobre todo, me ayudaron a entender algo que yo siempre había sospechado: que las voces eran una respuesta significativa a eventos traumáticos de la vida, particularmente eventos de infancia, y como tal no eran mis enemigos sino una fuente de conocimiento de problemas emocionales solucionables.
(…)
Yo establecería límites para las voces, y trataba de interactuar con ellas de una manera asertiva pero respetuosa, estableciendo un proceso lento de comunicación y colaboración en el que podríamos aprender a trabajar juntos y apoyarnos mutuamente.
(…)
Las voces tomaron el lugar de este dolor y le dieron palabras, y posiblemente una de las mayores revelaciones fue cuando me di cuenta de que las voces más hostiles y agresivas en realidad representan las partes de mí que habían sido lastimadas más profundamente, y como tal, fueron esas voces que necesitaban mostrar más compasión y cuidado.
Finalmente, cuenta cómo lo fue superando, cómo se sacó su título en psicología y cómo además de llevar una vida integrada en la sociedad, está ayudando a otras personas a mejorar a través de la organización INTERVOICE («Movimiento Escuchando Voces«).
En su ideario, se declara que no es necesariamente una enfermedad mental oír voces y no reconocerlas como propias. Que, de hecho, estiman que entre un 2% y un 6% de la gente lo hace, sin estar diagnosticados como perturbados por ello. Y que el 70% de los que escuchan voces comenzaron a vivirlas comos experiencias traumáticas después de determinados eventos emocionalmente intensos, y muy negativos, reconocibles. Especialmente abusos.
Pero también que pueden tener efectos positivos. En el podcast de antes comentaban el caso de una mujer que, tras presenciar como asesinaban a su padre, comenzó a escuchar su voz en su cabeza. Y le recomendaba que pusiera más orden en su vida. Cosas como hacerse la cama, o dejar las drogas. Algo que consiguió y que ella atribuye a «la ayuda de su padre».
Interesante, ¿verdad, Obi Wan Kenobi?
Porque yo había venido aquí a hablar de literatura y de monólogos interiores.
Sostengo que, desde el punto de vista creativo y dramático estas voces interiores pueden ser un artilugio potentísimo. Porque tienen todo el potencial de los diálogos interiores que he comentado al principio del post, además de dejar espacio al vocabulario crudo, referencias presentes y sensoriales, decir barbaridades que uno jamás diría en alto… y además incluyen conversaciones a dos o más interlocutores, con enormes conflictos internos, problemas soterrados… Y tal vez catarsis.
De manera que repito, añadiendo un matiz:
Una buena técnica para escribir un monólogo interior es trabajarlo como si se tratara de una conversación entre personas que se conocen demasiado.
Fijaos que el ejemplo más simple, tal vez ingenuo incluso, el de una sencilla dicotomía de bueno y malo, puede funcionar muy muy bien:
¿Os habíais planteado alguna vez este punto de vista?
Y como última reflexión, dejo un «trabajo para casa»[3].
¿Cómo se vería a una persona con todo ese conflicto interior desde fuera? Un observador impasible. Neutro. Sin afecciones.
En su día, yo hice mi ejercicio.
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[1] Si alguien quiere saber algo más sobre las características de un monólogo interior.
[2] Disclaimer: Es una teoría no excesivamente aceptada. Ni siquiera existe mucho consenso respecto a lo que Vygostky quería decir, ya que no llegó a publicar muchos de sus trabajos (murió relativamente joven) y hay bastantes expertos que consideran que se le entendió mal. Así que vayamos con todas las precauciones.
[3] En el taller en el que presenté esta sesión hicimos un ejercicio, que tengo descrito con detalle. Iker me ha dado permiso para publicar su ejercicio (Parte I) y lo que le escribió Iñigo (Parte II). Le venía muy al pelo, porque había estado escribiendo para su blog algo muy relacionado.