Hace unos días me pasé por ese raro oasis de cine documental que tenemos en Pamplona (ahora, por la crisis, bianualmente) que es el Festival Punto de Vista.
Todo lo que había en cartelera me parecía bien, así que me acabé metiendo a la de «Neustadt – (Stau – Der Stand der Dinge)«, algo así como «Neustadt – El estado de las cosas» de un señor que se llama Thomas Heise. Era una especie de continuación del documental que había hecho en 01992 sobre jóvenes neo-nazis en la recién unificada Alemania del Este. En el año 01999 Heise volvía al lugar de los hechos pero, en lugar de tocar el mismo tema, acababa haciendo un docu sobre la familia de uno de los chicos de extrema derecha. Una cosa un poco rara, sí. Pero por ahí le dio al hombre, yo qué sé.
Lo bueno del asunto es que, como Heise es uno de los «nombres propios» del festival, el autor estaba ahí, para que le acribilláramos a preguntas. Una suerte, hoygan.
La mía tuvo que ver con algo que me estuvo rondando la cabeza toda la proyección. Esas personas, las que salen retratadas, son personas reales, al fin y al cabo. Tienen sus vidas. Y no son, precisamente, personalidades «públicas». Son gente corriente. Al realizar el documental, pensé yo, les estás cambiando la vida. Al menos, de alguna manera. La pregunta entonces: ¿Cómo lo llevaban ellos?
¿Y cómo lo llevaba él?
La traductora (parece ser que yo era el único ignorante de la sala que no hablaba alemán :P) no había terminado de plantearla cuando el hombre estaba ya negando con la cabeza con un cierto -o eso me pareció a mí- gesto de rechazo. Sospecho que será un tema que le habrán sacado demasiadas veces.
Su respuesta: «No«, me dijo. (O es lo que recuerdo que entendí que me tradujeron que dijo. Al loro con las comillas, entonces). «No les cambias la vida. Como mucho, aceleras procesos. Si haces un documental sobre una pareja que tiene muchas discusiones, seguramente se separen un par de años antes de lo que iban a hacerlo. Pero se iban a separar de todas formas. Hay una frase que no es mía, pero repito mucho: Hacer un documental es como llegar a una habitación en la que la gente está a oscuras. Encender la luz. E irte. Luego, claro, cuando te vas, la luz se queda encendida. Por eso hay que tener mucho cuidado y pensárselo muy bien antes de hacer algo así con nadie«.
No sé a vosotros, pero a mí me parece un discurso de lo más contradictorio. Porque la respuesta es «Sí, les estoy cambiando la vida«. Luego ya, si quieres, me hablas de responsabilidad y todo el resto. O quizá entendí lo que yo quería, no lo sé. Pero es que, en mi experiencia personal, dos veces he estado en una situación así. Una a cada lado de la barrera. Y en las dos, de alguna manera, cambiaron vidas.
En la primera, una muy buena amiga me entrevistó durante horas como uno de los trabajos de campo para su Tesis Doctoral de Sociología. Cuando leí el resultado, del orden de cuarenta páginas extraordinariamente bien escritas, me encontré dos cosas: Por un lado, una inteligencia tremendamente despierta, analítica y académica diseccionándome a bisturí finísimo y certero. Por otro, a una amiga capaz de traslucir afectos incluso en un contexto así. El resultado en su conjunto fue perturbador. Puede que ya no sea aquella persona, pero dudo que vaya a tener un retrato más perfecto de cualquier otro momento de mi evolución.
En la segunda, hace no tanto, participé en el documental de una característica fascinante de otra persona. Sí, el de la sinestesia, «El sabor de la palabra dulce«. A pesar de que era un pequeño vídeo sin apenas difusión la propia Lola nos comentó, en privado, de cuántas y curiosas formas le habíamos cambiado la vida con él. Además, según su opinión de entonces, de forma positiva.
Pero ocurre que, tal y como lo entiendo yo, uno no puede saber nunca dónde está la suerte. Cómo hubiesen sido las cosas si, por ejemplo, en el momento de encontrarnos, hubiésemos tenido un mal día. Porque no me creo esa visión tan mecanicista de Heise, ése «hubiera acabado ocurriendo de todas formas«. No lo veo así. Tengo la certeza de que todos los hechos de nuestras vidas, incluso los más importantes o significativos, no se rigen por ningún destino, ni plan preconcebido, ni sentido oculto.
¿Esa pareja que discute mucho no podría haber aguantado hasta un momento en que las condiciones fueran otras? ¿No se hubiese evitado aquel suicidio si el otro hubiera descolgado el teléfono para llamarle al uno justo en el momento preciso? Ciertos eventos son más probables que otros, sin duda. Pero el azar existe. Y debe de ser más saludable abrazar el Principio de Mediocridad, de nuestra propia mediocridad, sí. Tal y como lo describe P. Z. Myers: «El principio de mediocridad sostiene simplemente que no es usted especial. El universo no gira en torno a su persona; este planeta no cuenta con ningún privilegio singular, su país no es el resultado perfecto de una secuencia de designios divinos; su existencia no se debe al influjo de un sino orientador e intencional; y ese emparedado de atún que se ha comido en el almuerzo no forma parte de una conjura pensada para producirle una indigestión. La mayoría de las cosas que suceden en el mundo son simples consecuencias de las leyes naturales, leyes de carácter universal, puesto que rigen en todas partes y atañen a la totalidad de lo existente, sin que haya excepciones especiales ni amplificaciones que redunden en su beneficio personal (y siendo además la diversidad un producto de la intervención del azar). Todo cuanto usted, como ser humano, considera investido de una importancia cósmica, es un accidente».
Sé que despierta profundas resistencias. Pero aceptarlo acaba siendo tan liberador…
Curiosamente, el documentalista Heise terminó hablando de que quien más había sufrido por ése documental era un niño de unos 13 años, Tino. Cuando «Neustadt» se hizo público, muchos compañeros de su cole lo estigmatizaron por ser de la familia ésa de los neo-nazis.
Sin embargo, en el tercer documental de la serie, siete años después, Tino ya es un joven, nazi, que no puede hablarlo abiertamente con su padre, pero sí con la cámara. Y así queda recogido. Y quién sabe qué otras consecuencias tiene eso en su vida.
«Pero había que hacerlo«, sentencia Heise.
¿De verdad había que hacerlo, Thomas? Yo no lo sé. No lo sé, de veras.
Lo que no entiendo es que niegues que les estás cambiando de maneras que pueden ser mucho más profundas e intrusivas que una simple «aceleración de procesos». Es así. Tomas decisiones que afectan a la vida de la gente.
Tampoco te culpo. Todos lo hacemos de alguna forma u otra.
Y lo recibimos.
Ya está.
Me ha encantado. He disfrutado mucho leyéndote. Me ha hecho pensar y, por supuesto opino como tú. La respuesta debería haber sido «SI». Una simple piedra en el camino puede cambiar todo una vida, un rumbo diferente. A mí también me ha pasado que leer algo, vivir algo, pasar por algo…ha acelerado todo o ha cambiado todo.
Nosotros tenemos ese poder con el resto de la gente. Tú ahora mismo con lo que has escrito, ya has cambiado algo en mí. Algo que iba a hacer, no lo voy a hacer porque puedo cambiar el rumbo de una amiga y creo que no soy yo quien ahora mismo tiene que hacerlo. Esperaré.
Gracias.
Ahora voy al enlace de «el sabor de la palabra dulce»
Me alegro de que te haya gustado, Eva. Supongo que esa sensación de «el menor detalle puede cambiarlo todo» la tenemos también muchos. (Como en Match Point, ¿la has visto?)
En cuanto a tu amiga… estoy dispuesto a asumir mi papel de «causa ambiental» en una decisión que es tuya. ;)
¿Ves? Ya me estoy escaqueando yo también. Jajaja
Un saludo!
No he visto la peli pero la veré. He leído la sinopsis y está totalmente relacionada:
… y, sobre todo, la ambición llevarán a Chris a cometer acciones que determinarán su vida y la de los demás para siempre. (FILMAFFINITY).
Lo de amiga.. mi decisión sigue siendo mía aunque ha cambiado por «la causa ambiental» para no serlo yo para ella.
Toda interacción tiene la capacidad de transformar en cierto modo a sus actores, puesto que provoca un movimiento de reflexión –reflejo en el otro e interpretación íntima-. El otro nos devuelve una imagen de nosotros a través de su mirada, y nosotros la devolvemos al otro. Y entonces tenemos que integrar ese reflejo devuelto en la imagen que vamos elaborando de nosotros mismos. El grado de transformación mutua varía según la complejidad de la interacción y la intensidad emocional, supongo.
En la investigación social no podemos ser totalmente asépticos, neutros. No podemos sustraernos por completo al contexto social donde actuamos, es imposible. Aunque trataremos de tomar distancia, objetividad y ser autocríticos. Nuestra mera presencia ya es un mediador simbólico de la situación. La entrevista o el documental son escenarios artificiales que tienen lugar en la vida real de todos los presentes en el proceso. Y eso es actuar, es vivir, es experimentar una situación, y por supuesto, es capaz de transformarte. No lo separas de tu vida, es parte de tu vida.
Otro tema, además, es cómo la reconstrucción del discurso del entrevistado (en un documental o en una investigación) se enmarca en un proyecto cuyo sentido y finalidad los decide el director o investigador, de forma que puede no concordar con la intención del informante o protagonista. Además de que, como producto cultural, cuando se hace público afecta a la vida de esas personas y del propio investigador/documentalista. Y no puedes controlar cómo les afectará.
Por otra parte, por supuesto que las cosas, sobre todo procesos y acontecimientos históricos y sociales, no son necesariamente. La confluencia de una serie de factores en un espacio y un tiempo concretos, con sus propias coyunturas y dinámicas, da como resultado una situación o una realidad. Pero podría haber sido otra. Además, cuando tenemos en cuenta procesos históricos, no creo que sea posible aplicar leyes universales.