Puede ser cualquiera de los elementos de un texto -una promesa, idea, acción, el uso del lenguaje…- pero me es del todo necesario que alguno de ellos, ya en el primer párrafo, me aporte, me sugiera, me cruja.
El primer párrafo, sí. ¿Exceso de impaciencia? Tal vez. Por eso suelo llegar hasta la segunda página. Pero suele ocurrir que si lo que busco no lo encuentro al primer párrafo, difícilmente será así en el segundo o tercero. Y, si el libro no viene muy recomendado, lo dejaré sin gran remordimiento. Hay demasiado que leer para una vida tan corta.
Por eso me da igual que me hayan revelado el argumento. Si lo que leo es narrativa me importa menos quién sea el que gane, si acaban juntos o, al final, eran hermanos. Me resulta sabor de chicle. Un placer que dura lo que dura el masticarlo. Porque, de todos modos, no hay tantas historias diferentes.
Lo que las hace distintas es el cómo, el qué hizo al quién el llegar al dónde, el arte de omitir/dosificar la información, la forma -en definitiva- de narrarlo. Todo eso es un aprendizaje diferente, una síntesis de sentido. Encontrar los tornillos y engranajes, identificar las tensiones que avanzan y proyectan, reconocer las imágenes o ideas que revelan algo de lo humano. Si el texto las tiene, si el autor las puso, seguro que están ya resonando desde el comienzo.
Y es que eso es lo que he venido a buscar. Claves para narrarme los mil y un cuentos de mi vida en cada noche.
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Este texto es una colaboración que Daniel Krichman me ha propuesto para un proyecto colectivo titulado: «¿cómo le entrás a la lectura de un texto?» El objetivo es «obtener pistas metodológicas de cómo abordar un texto» y la pretensión «no es hacer un estudio sistemático, sino más una semblanza».
Se publicará en el portal red aprender y también en Pinterest. El segmento lleva ya 2 años funcionando, más de 50 semblanzas y ha recibido más 88.000 visitas.
Es cierto. Hay demasiado que leer para una vida tan corta. Y sin embargo, hay libros que uno lee y relee. Por supuesto que ya conoce la implicación del mayordomo, y por qué la chica no dijo que sí hasta la tercera. Pero no hay tantos textos tan bien escritos, y cuando se está en posesión de uno, merece la pena recrearse. Es bueno probar todas las comidas, pero eso no te impide repetir de las que te gusten.
Totalmente de acuerdo, Ricardo. Yo veo muy pocas películas, por ejemplo. Y, sin embargo, hay algunas que siempre estoy dispuesto a volver a ver, aunque lo haya hecho siete veces.
Creo que tiene que ver con una cosas que puse de Bettleheim en este mismo blog hace unos meses (https://luistarrafeta.com/2012/06/01/narratoterapia/). De alguna manera, esas historias satisfacen necesidades que tenemos. Resuelven (o plantean) nuestros conflictos. O simplemente nos ayudan a fantasear. Pero hay un momento en el que uno siente «esto es para mí». ¿Verdad? ;)