El día en que se desactivó la muerte

Nick Lorren | The Guardian
15/03/02050

A penas han pasado cuatro años desde que los laboratorios Pfizer&Johnson² revolucionaran para siempre algo más que la industria farmacéutica. Varias décadas y una inversión acumulada de 780B$ (520B¥), llevaron al equipo liderado por el Dr. Ingwe Stratford a inhibir, en condiciones de seguridad, los efectos de la telomerasa en humanos adultos. El resultado, por todos conocido, tomó el nombre comercial de Bethesda©. El fármaco capaz de incrementar la esperanza de vida en un factor diez o, dicho de otro modo, envejecer un año por década.

Dado el éxito comercial sin precedentes del producto, se continua profundizando en diversas líneas de investigación en esa línea, pero ¿podrá alcanzarse la detención total del proceso? ¿O acaso revertirlo?

«Todavía es muy pronto para hablar de eso«, reconoce con la consabida prudencia de los científicos Stratford -galardonado con el Abott-Nobel en Medicina en 02047-. «Sobre todo después de las decepcionantes conclusiones del estudio de la Turritopsis Nutricula. Sin embargo, se hace evidente que apenas puede reprimir su optimismo cuando añade «claro que, gracias a nuestro descubrimiento, quizá disponga todavía de entre 200 y 500 años para verlo por mí mismo. ¡O incluso contribuir en lo que pueda!«.

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Sin embargo, hay un tema sobre el que el investigador pasa de puntillas y es que esa oportunidad sólo existe para los pocos que, como él, pueden permitirse el prohibitivo precio del tratamiento.

«Que duda cabe que la Bethesda ha sido uno de los descubrimientos del milenio. Si no el mayor. Desde Gilgamesh, seguramente desde mucho antes, el hombre ha soñado con algo así. Y ahora que lo hemos conseguido, resulta que es un lujo, un privilegio al alcance de nadie», comenta Annalynne Tyler máxima responsable en EMEA del Área de Derechos Sanitarios de Amnistía Internacional. «Con ella se abre una nueva brecha social. Ya no es sólo la calidad, sino cantidad de vida, lo que separa a los más ricos de los simples mortales» añade, no exenta de ironía.

Para Maxwell Ikiko, spokeman de Pfizer&Johnson², ese conflicto es «duro, pero irremediable. Por el momento, al menos«. Siguiendo en su línea de su razonamiento, argumenta que «los albores de cada gran avance siempre han sido así. ¿Quién tenía acceso a la vacuna en los tiempos de Jenner? ¿Quién ha podido acceder, en cualquier momento histórico, a la mejor cirugía desde siempre?«. Al escuchar la palabra justicia, el discurso de Ikiko adquiere un tono tajante «durante décadas, nuestros laboratorios han realizado una inmensa inversión no sólo económica, sino también de esfuerzo, de conocimiento, que no tenía la menor garantía de éxito. Es absolutamente razonable que dispongamos de un periodo de tiempo en el que rentabilizar nuestra inversión, respetando siempre el derecho internacional y la propiedad privada, por supuesto». Una solución que, reconoce, puede ser difícil de aceptar para quienes viven en el actual periodo de transición y que ha llevado a diversos colectivos sociales a movilizarse a nivel global solicitando el libre acceso a Bethesda en forma de protestas cada vez más violentas.

«Tarde o temprano, nuestra patente caducará, las economías de escala reducirán el coste de producción y, finalmente, cualquier persona podrá beneficiarse de ello». Ante la pregunta de cuántas personas habrán de envejecer y morir durante ese periodo, Ikiko se limita a responder que «es la única manera de que podamos continuar con nuestra actividad. Una actividad que, no lo olviden, beneficia a toda la humanidad».

Omar Johanssen, de la Unión Internacionalista de Consumidores, no comparte en absoluto su punto de vista. «No es el coste de producción, no es el coste de la investigación. Todo eso es asumible y podría ser compensado con medidas de fuerza mayor de los gobiernos continentales. Un sistema de expropiación y justiprecio similar el que India y la Unión Africana aplicaron, en su territorio, sobre la vacuna del SIDA en 02023 sería más que suficiente. Pero la realidad es que no hay voluntad política de que los ciudadanos de a pie podamos adquirir Bethesda a precios razonables o a través de los pocos sistemas que aún perduran de seguridad social».

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El argumento puede parecer muy razonable, sobre todo si se lee a la luz de loq que Zoe Grushev, antigua Estrategy-Advisor de Sanidad de la Unión Occidental, durante su investidura como Dr. Honoris Causa en la Universidad de Standford lo expresó de forma dramática «Si toda la humanidad tuviera acceso al fármaco, nos enfrentaríamos a un problema de crecimiento demográfico como no se ha conocido. El envejecimiento y la muerte son claves para el equilibrio del ecosistema. Una población que permanece viva y fértil durante siglos, puede agotar los recursos del planeta dejándolo a muy corto plazo. Las implicaciones éticas y sociales de algo así superan con creces nuestra capacidad actual de planificación y reacción. Siendo realistas, superan -incluso- las de nuestra imaginación. Tal vez la única opción realista sea ir proporcionándola de manera gradual, controlada y siguiendo unos criterios claros».

«Excusas burdas», es como califica Tyler esos razonamientos. Y, aunque reconoce que no están claras las implicaciones a medio y largo plazo de la distribución generalizada de Bethesda, opina que «siempre se pueden tomar otro tipo de medidas. Tal vez la solución pase más por regular los derechos reproductivos de aquellos que tengan acceso a la droga. Impedir que conciban. Al menos, mientras vivan. Y confiar en que la muerte vaya ejerciendo su tarea a través de enfermedades, violencia o al mero infortunio casual». Pero en el fondo, sospecha que «las causas son siempre las mismas. No existe la voluntad política, porque los poderes públicos han perdido la potestad para imponerse a los intereses corporativos. Ni siquiera a través de gobiernos más y más globales estamos siendo capaces de llevar la salud a niveles aceptables para toda la humanidad».

Cuestionado al respecto, Ikiko responde que «emocionalmente», puede «entenderlo». Pero contraataca con dureza, «hay mucha demagogia en ese tipo de argumentaciones y en los movimientos sociales asociados». Mientras se levanta de su butaca, excusándose por tener que abandonar la entrevista, concluye «por el amor de dios, sean coherentes, ¡si en el mundo aún quedan decenas de regiones en las que la gente sigue muriendo de malaria y de cáncer!»

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* Conocida como la «medusa inmortal».

3 comentarios en “El día en que se desactivó la muerte

  1. Si me dijeras los equipos que ganarán las ligas entre 2016 y 2050 y con regulares visitas a Bet&Win, quizá no viviré más años, pero seguro que los viviré mejor…

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