¿Qué es el conocimiento? ¿Son lo mismo los datos que la información? ¿Cual es la relación entre los tres conceptos? ¿Para qué se utiliza cada uno? ¿Por qué es importante el conocimiento en las personas? ¿Y en las organizaciones? ¿Cómo aprenden los unos y las otras? ¿Y con qué fin?
Creo que son preguntas que merece la pena hacerse y de las que me apetece hablar un poco*.
Así que empezamos por lo más básico: ¿qué son los datos? Pues son las representaciones simbólicas de los valores que puede tomar una determinada variable. Por ejemplo: «40ºC«. Eso es un dato. Pero, por sí mismo, sin un contexto, no es que nos diga demasiado, ¿cierto?
Para disponer de información es necesario que haya todo un conjunto de datos, estructurados, y que constituyan un mensaje. Siguiendo con el ejemplo: «esta tarde, en tu ciudad, vas a estar a 40ºC«. Bueno, eso ya nos dice algo más. Será información más o menos válida, importante, vigente o valiosa. Pero hace que sepamos algo que antes no sabíamos. Es decir, altera nuestro «estado de conocimiento».
Entonces, ¿qué es el conocimiento? Sin irnos a grandes alturas filosóficas, para lo que quiero contar hoy, el conocimiento es la «creencia cierta y justificada que un actor humano tiene del mundo«. Ojo con la definición, que tiene tela:
- Por una lado es una «creencia cierta y justificada«. Es decir, que el algo que consideramos que es así, por alguna serie de motivos. Y que, aunque la verdad pueda ser relativa, sea «cierta». Esto es, que bajo las circunstancias que toquen, estemos en lo correcto.
- Pero, mucho más importante aún es que sólo los humanos son capaces de albergar conocimiento. Y esto es clave. Todas las bibliotecas y bases de datos del mundo no albergan ningún conocimiento por sí mismos. Es necesario que un ser humano se enfrente a ello y realice un proceso de aprendizaje a partir de esa información para que pueda considerarse como tal.
Siguiendo con el ejemplo, una persona que tenga una experiencia mínima dirá «40ºC es un calor del carajo«. Con lo cual, podrá tomar las decisiones o acciones más convenientes a partir de ese conocimiento. Habrá personas que, sabiendo eso, se irán a la piscina, otros se quedarán en casa con las persianas cerradas y el aire acondicionado a tope, y alguno se irá al monte… Eso ya son las estrategias que cada uno adopta y depende de muchas variables (como su experiencia, preferencias personales, opciones razonables disponibles, etc) que, en el fondo, no son más que otros conocimientos sobre ellos mismos y su entorno de los que ya disponían.
Y ahí hay otra clave. En esta «edad del silicio» nuestra, tendemos a pensar en que nuestros cerebros son como discos duros en los que si una persona dispone de un conocimiento y se lo transmite a otra, debería haber una copia idéntica en el otro. Como un copia-pega de archivos. Pero nada más lejos. Las asociaciones e interpretaciones que cada persona haga de una de información son únicas. Están íntimamente ligadas a su experiencia y conocimientos previos. Y no son iguales a los de nadie más.
Por ejemplo, un pintor artístico y un físico van a un curso de iniciación a la fotografía. El profesor, un profesional del tema, expone una serie de conceptos. El pintor, entiende perfectamente lo que se le explica desde el punto de vista de la composición, del color, de la expresividad, etc. El físico, sin embargo, asimila mejor los aspectos técnicos de tiempos de exposición y velocidad de obturación; también está más familiarizado con la naturaleza ondulatoria de la luz y, por tanto, con cómo funcionan los filtros y las lentes. La información que ha expuesto el profesor es la misma en ambos casos, pero la síntesis de sentido que realiza cada uno es enormemente diferente.
Entonces, si antes hemos quedado que el conocimiento nos sirve para tomar decisiones, también podemos decir que nos sirve para «resolver problemas».
Esto es algo cierto para las personas, pero también para las organizaciones (públicas y privadas, es indiferente). Por eso deberían valorar a aquellas personas que realmente poseen el conocimiento. Son los que apagan los fuegos e identifican los caminos.
Cualquiera con alguna experiencia profesional ha visto equipos caer en picado cuando según qué miembros «desaparecen». Porque, del mismo modo que se suele decir que «una mujer puede hacer un niño en nueve meses, pero nueve mujeres no hacen un niño en un mes» (Von Karman), todos los trabajadores inexpertos del mundo no hacen la labor de uno que sí sabe**. Como en aquella vieja historia del que pasó una factura de 10.000$ desglosada así: 1$ por hacer una marca de tiza y 9.999$ por saber dónde ponerla.
Desgraciadamente, eso es algo que cuesta entender a algunos gestores. Por mucha documentación e información acumulada, por mucha tecnología de la que se disponga, la capacidad para el aprendizaje del hombre es la que es. Por mucho que hayan mejorado las técnicas pedagógicas y los materiales***, siempre tendremos que asimilar las cosas «a escala humana». Una velocidad que, esencialmente, no ha variado en los últimos 150.000 años.
La Gestión del Conocimiento, por lo tanto, es fundamental para las organizaciones. Aunque no sean conscientes de ello, la capitalización o descapitalización intelectual puede ser una de las principales fuentes de éxito o fracaso de una empresa.
De manera que, si tan importante es la información y el conocimiento de cara a tomar decisiones acertadas, ¿cuáles son las personas que no se pueden permitir el lujo de vivir sin ello?
Efectivamente. Los que más mandan. Los de las decisiones estratégicas.
En mi caso, le he dedicado -mejor o peor- parte de mi actividad profesional durante bastante tiempo a un par de actividades llamadas «Vigilancia Tecnológica» e «Inteligencia competitiva«. Son dos nombres, dentro de una nube de conceptos más o menos relacionados, pero que, en el fondo, tienen una filosofía común: aprender del entorno y de la propia organización, para mejorar la toma de decisiones.
Como sobre ese tema hice una presentación hace mucho tiempo, os la dejo aquí, y ya me callo:
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* Porque, aunque resulta un poco «off-topic» de «El Lento Ahora», todo esto viene a que, salvo sorpresa mayúscula en las notas finales, acabo de terminar un Master en la UOC llamado «Gestión de la Información y el Conocimiento en las Organizaciones». Parece que ahora ha cambiado el nombre y es más largo, pero vaya, viene a ser la idea.
** Al menos no sin un periodo de aprendizaje tan intenso y prolongado como requiera la situación.
***Hace tiempo hablé de temas parecidos, explicando cómo puede hacer la gente muy técnica para redactar textos que sirvan para transmitir conocimiento.
Atendiendo a la definición que nos ofreces, supongo que Sócrates diría algo así como «tengo la creencia cierta y justificada de que no tengo ninguna creencia cierta y justificada». Sí, sigue sonando igual de paradójico. Pero no estoy seguro de que para que haya conocimiento baste con la creencia. Me cuesta incluir en la categoría de conocimiento cualquier credo (creencia) religioso.
Pero me caben más dudas, y aprovecho tu alto grado de conocimiento acerca del conocimiento tras haber culminado ese máster, para planteártelas. Por ejemplo, ¿opinión es conocimiento, o es el producto -ya sea éste acertado o equivocado- del análisis del conocimiento? Somos muchos los que cometemos el error de opinar sin saber, de donde deduzco que el conocimiento ni siquiera es premisa para formular opinión. Esto viene a colación del requisito de «humano» que impone tu definición. El chimpancé que, observado en laboratorio, ve unos plátanos colgados a cierta altura y se sirve del taburete de la esquina para alcanzar su comida tiene la creencia cierta y justificada de que necesita algo más que instinto para comer. Y además es capaz de tomar decisiones estratégicas, si tiene que competir con un congénere para llegar antes que él a los plátanos Pero lo que me parece que este mono no tiene es una opinión.
En definitiva, estoy hecho un lío con lo que nos explicas en tu blog de hoy.
Tus preguntas son muy buenas, Ricardo. Aunque pertenecen más al ámbito de las «alturas filosóficas», a la epistemología. Pero bueno, haré lo que pueda para contestar:
Lo que dices sobre la creencia religiosa… A ver, para que sea conocimiento, no basta con que sea creencia. Tiene que ser, además, «cierta y justificada». Una creencia de la que no podemos estar seguros o que no pueda justificarse no es, por lo tanto, conocimiento. De hecho, ellos mismos lo llaman «fé». ;)
Lo que planteas de la opinión es más complejo. La opinión es un grado dentro del conocimiento. Cuanto más «cierta» y más «justificada» sea esa opinión, será más cercana a la «verdad», a la «certeza». Un efecto curioso de la opinión, es que se hace más válida cuanto más consciente de es de sus limitaciones. (Es decir, de su contexto). La gente muy experta en algo suele ser muy prudente. «Hasta donde yo sé, bajo estas condiciones, y siempre que no tal y no cual, yo creo que tal cosa funcionaría». Los vendehumos no suelen contextualizar tanto.
Y sobre el chimpancé, que es capaz de resolver problemas mediante el uso de herramientas… Bueno, supongo que ahí podríamos hablar de un grado básico de conocimiento. De hecho, solemos decir que el animal «ha aprendido». No es lo mismo que un condicionamiento pasivo, de esos del perro de pavlov. Pero lo tendrá más jodido para justificarlo, transmitirlo o aplicar variaciones.
Quizá yo también tendría que contextualizar eso de que es «en humanos»… ;)
¡Un abrazo!