Seguramente te haya pasado alguna vez.
Estás ahí, intentando discutir sobre un tema de debate de esos tan trillados. De esos en los que los que periodistas y contertulios pontifican en horario de 24×7. Las argumentaciones están tan sobadas que «el campo de juego» está perfectamente delimitado. Demasiado. Alguien trazó una línea de cal en el suelo y ya todos los pies están posicionados para un enfrentamiento.
¿A que no hacen falta ejemplos?
Pero ocurre que esta vez, quizás, tu opinión no se alinea con la de uno u otro bando en la supuesta dualidad. Quien sabe, pudiera ser que, en algún remoto rincón del espacio de probabilidades, tuvieras una opinión interesante y propia. Tal vez porque te toque de cerca. O porque te hayas especializado en ello. O porque hayas escuchado a terceras, cuartas y quintas partes, que también existen. Qué carajo, quizá hasta hayas sintetizado una lectura nueva en un momento de revelación. El caso es que, por lo que sea, no has necesitado sintonizar ninguna de esas versiones que flotan en el ambiente, tan cómodamente accesibles a disposición del viandante.
¿Sí? ¿Te reconoces?
No hará falta mucho para que salga el tema en la terraza, el café, la red social y te brote la ingenua necesidad de compartirlo: «Eh, ¿sabes lo que pienso yo?»
Tomas la palabra, comienzas a exponer lo mejor que puedes. Y siempre encuentras resistencia. Más feroz, por supuesto, cuanto mayor es la polémica al respecto. Cuanto más emocionales sean los enfoques. Curioso fenómeno éste de oponerse siempre al movimiento. Si no querían entenderte, podrían al menos equivocarse en el acuerdo. Pero no, de alguna manera -y, sin duda, ha de ser por mutua interacción- la conversación recorre una trayectoria en espiral que colapsa, ineludiblemente, en el factor diferencial. Por pequeño que éste sea. En todo lo que no coincide.
De pronto -no te has dado ni cuenta- tu interlocutor comienza a atacar argumentos que no has dado.
La lógica es doblemente falaz y es perversa:
- Por un lado, es presuponer que existen dos y sólo dos maneras de enfocar la cuestión. Y si no eres A -porque por eso estamos discutiendo-, has de ser B. Estás equivocado.
- Por otro, el conocido «hombre de paja«. Esa trampa que consiste en poner, en boca del otro, un argumento débil o estúpido que poder reventar alegremente.
Es natural que ocurra. Al fin y al cabo, no es más que una forma de discusión heredera del «y tú más» que prolifera en los medios. De esa supuesta bipolaridad que, tal vez, comenzó siendo fruto de un análisis de situación, pero acabó diseñándose. Junto con sus conceptos, su vocabulario, sus marcos de referencia.
En condiciones así, el debate se hace muy pronto insostenible. Por irritante. Personalmente, me enerva que pongan palabras en mi boca, pero me saca especialmente de quicio cuando se me quiere enrolar en trincheras que no elijo.
Bien, pues… ¿te reconoces?
Entonces toca repasar. No sea que también lo hagamos.
Sí me reconozco, pero muy difusamente. Hace ya mucho tiempo. Entonces, ante el tipico tema del que todo el mundo habla, siempre me esforzaba en encontrar un punto de vista que no fuera ni A ni B. Ser incatalogable era para mí prioritario. Y, la verdad, tampoco era miy difícil encontrar esa tercera o cuarta o quinta variante respecto de las establecidas.
Hasta que un dia me di cuenta: lo importante no es tener una solución diferente para el asunto planteado. Lo importante es saber si siquiera merece la pena tener siempre algo que opinar precisamente sobre lo que «ellos» quieran cuando «ellos» quieran. ¿Por qué son «ellos» los que eligen los temas «de candente actualidad?
Desde entonces, me niego a dedicar un solo minuto a debatir, ni conmigo mismo, los asuntos que «ellos» dictan. Así que normalmente ya no tengo opinión formada. Hasta el extremo de que sólo leo la prensa para ver el chiste de Morgan, y nunca escucho la radio.
Con decirte que tardé dos meses en enterarme de que habían cambiado de Papa… y por supuesto, de eso tampoco opiné.
Probablemente sea tu alta sensibilidad la que te «proteja» de opinar
¿Esto se lo has dicho a Ricardo, verdad, Anica? ;)
Sí, sí. Un beso pa ti
No me di cuenta de que te referías a mí, disculpa. Y muchas gracias por tu opinión, muy acertada por cierto
jajajaja… Entiendo perfectamente el nivel de hastío del que hablas. Yo, la verdad, hay un buen puñado de temas de los que «ellos» deciden que he descartado. Pero hay otros muchos que, por lo que sea (mi entorno, mis intereses personales…) me llaman la atención. En general, no vivo muy «al ritmo de la actualidad» (de hecho, uno de los motivos de que esta página se llame «El Lento Ahora» es porque me niego a hablar de actualidad), pero a veces ocurre que temas que me interesan se ponen de actualidad. Y entonces meto el colmillo, claro.
Porque, por otra parte, y partiendo de la base de que no podemos ser especialistas en todo (de hecho, en casi nada), creo que tampoco está bien vivir demasiado lejos de esos temas. Al fin y al cabo, de qué se habla en la calle tiene implicaciones inmensas en las decisiones que se toman y en lo que acaba convirtiéndose en «voluntad política». Y creo que, aunque sea para decir, «ese debate es absurdo, el verdadero campo de batalla es este otro», está bien estar un poco al loro.
¡Un abrazo!
Sí me reconozco, un poco sí.
Hace tiempo que ni presto atención a las famosas «tertulias», ayer iba a entrar en un post político y al final no lo hice, me da hasta pereza; a mí que siempre me gustó defender «mi opinión», ahora paso de largo…
Cuando si haces la más leve crítica a «Podemos», ya de entrada eres fascistoide (me pregunto si la gente sabe de veras qué significa el fascismo), si cuando no estás de acuerdo con la política del rector de una universidad porque conoces la corrupción interna de toooooodos, ya eres fan de la Aguirre…dan ganitas de tirar la toalla.
Muy bueno, Luis!!!
Efectivamente, a ese tipo de cosas me refiero. No sabes cuántas veces al criticar la acción de un determinado político, o la postura de un grupo, se me ha puesto automáticamente la pegatina del otro. Y es algo que me repatea.
Que me hagan la del hombre de paja me da rabia. Pero me resulta sencillo decir «No he dicho eso». Pero cuando empiezo a ver que están respondiendo a argumentos de otros, de colectivos… en fin. Ahí ya cierro la persiana.
Abrazo!
Lo mejor es que hay gente que lo hace de manera innata, sin haber leído siquiera la «Dialéctica erística o el arte de tener razón» de Schopenhauer.
No, hombre, no, Xabier. No seas así… ¿Quién no ha leído a Schopenhauer a estas alturas? ;0P
Coñas aparte, al que creo que sí que han leído (en profundidad) es a Jaime Rubio y su «El arte de tener razón en los bares». ¡Masterpiece!:
http://www.revistagq.com/articulos/tener-razon-en-los-bares/18260
:DDD
Está bien pero nunca será completo si no menciona la defensa Chewbacca XD http://es.wikipedia.org/wiki/Defensa_Chewbacca
jajajaja! es buenísima!
cómo es posible que no la conociera? :DDD
Me recuerda al abogado pollo de futurama! :D
Excelente artículo. Me quedo con esto, entre tantos aciertos:»Hasta que un dia me di cuenta: lo importante no es tener una solución diferente para el asunto planteado. Lo importante es saber si siquiera merece la pena tener siempre algo que opinar precisamente sobre lo que “ellos” quieran cuando “ellos” quieran. ¿Por qué son “ellos” los que eligen los temas “de candente actualidad?»
Estamos demasiado «desinformados» pese al bombardeo de palabras e intereses. Pasaré esta entrada por Twitter y otros.
(Pondré tu página en los enlaces de mi blog).
Un placer leerte.
Cordiales saludos.
Muchas gracias, Pilar. Y no me extraña que te quedes con lo que dice Ricardo. Hace tiempo que me enorgullezco de la mejor sección del blog: los comentarios. ;)
Sobre la «desinformación» imagino que conoces el libro del mismo nombre de Pascual Serrano (http://www.casadellibro.com/libro-desinformacion-como-los-medios-ocultan-el-mundo-4-ed/9788483078808/1255951). La primera parte, en la que se dedica a diseccionar los métodos que se utilizan para desinformar, es muy muy recomendable.
Nos seguimos por las redes! ;)