¿Cómo podemos saber si tú y yo vemos un color de la misma manera?
Es decir, claro que podemos señalar algo de color rojo y ponerle la misma palabra, pero ¿es el rojo que entiende mi cerebro el mismo que entiende el tuyo?
Partiendo de esta pregunta tan humana, que seguro que muchos os habéis planteado, Michael Stevens hace un magnífico recorrido sobre algunos aspectos fundamentales de la percepción y de la mente. El vídeo está aquí (muy bien subtitulado al inglés) y os lo recomiendo todo:
Muy pronto concluye que, probablemente, nunca podremos dar respuesta a esa pregunta. Nunca podremos tener la seguridad de cómo perciben el universo otras personas. No como para estar seguros con la suficiente precisión, al menos (quizá ni aunque inventaran algo como el SQUID de Días Extraños).
Porque a lo que estamos preguntando aquí es algo que la filosofía ha llamado Qualia. Dice la wiki:
Los qualia son las cualidades subjetivas de las experiencias individuales. Por ejemplo, la rojez de lo rojo, o lo doloroso del dolor. Los qualia simbolizan el vacío explicativo que existe entre las cualidades subjetivas de nuestra percepción y el sistema físico que llamamos cerebro. Las propiedades de las experiencias sensoriales son, por definición, epistemológicamente no cogniscibles en la ausencia de la experiencia directa de ellas; como resultado, son también incomunicables. La existencia o ausencia de estas propiedades es un tema calurosamente debatido en la filosofía de la mente contemporánea.
Y a partir de ahí explica que algo bastante impresionante, en cualquier caso, es que, de hecho, hayamos llegado a hacernos esa pregunta. Porque eso implica que, como humanos, sabemos que otras personas tienen otras informaciones diferentes de las nuestras. A esto se le llama Teoría de la Mente y, parece ser, que en eso sí que nos quedamos solos en el reino animal:
La teoría de la mente o cognición es una expresión usada en filosofía y ciencias cognoscitivas para designar la capacidad de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas (y a veces entidades).
Otros animales sienten y se comunican. Pero resulta que somos los únicos bichos que preguntan. No sé a vosotros, pero a mí esto me despierta una curiosidad inmensa. Porque, no poder saber qué hay dentro de las mentes de otras personas, cómo son sus qualia, tener consciencia de que existe una barrera imposible de traspasar puede llevarnos a preguntarnos aún más. A tensar más la cuerda.
Uno se da cuenta pronto de que es inalcanzable tratar de imaginar cómo percibe el mundo una persona como Concetta Antico, que vive la extrañísima condición del tetracromatismo: en lugar de tres colores básicos, ella ve cuatro. Sus ojos, por una cuestión genética, tienen un tipo de receptor al color (los llamados «conos«) adicional. Por lo que su universo es inmensamente más colorido que el nuestro. ¿Cómo será entonces la que vea que vea la «mantis marina«, que tiene dieciséis (!)?

El «mantis shrimp«, el animal favorito de «The Oatmeal«
Pero si es difícil entender aquello a lo que la percepción de uno no llega, resulta que tampoco es mucho más fácil cuando tira por el otro lado. Cuando uno escucha hablar a un ciego de nacimiento se da cuenta* de que su ceguera no tiene nada que ver con lo que sentimos los videntes al estar a oscuras y cerrar los ojos. La privación total de un sentido es algo que también queda fuera de nuestra capacidad de imaginar.
Más allá está el caso extremo. El de los sordociegos. Personas que carecen de los dos sentidos por los que más información recibimos del mundo que nos rodea. Tendemos a sentir angustia al imaginar su condición y lástima por ellos. Y debe ser cierto que, en la mayoría de los casos, viven en un estado de gran aislamiento. Sin embargo, los hay que consiguen tener «experiencias vitales» bastante más positivas. Principalmente, gracias a la ayuda de personas que actúan para ellos de intérpretes-guías y, cada vez más, de la tecnología.
En cualquier caso, ¿cómo funciona la mente de un sordociego de nacimiento? ¿Qué percepción tiene del mundo?** ¿Qué entiende de lo que hay a su alrededor? ¿Qué son, para ellos, el resto de las personas que les rodean?
Y, hace poco, he tenido conocimiento del caso de Hellen Keller.
Esta mujer, nacida en 01880 en los Estados Unidos, quedó sordociega a los 19 meses de edad. Aprendió a hablar, a través del sentido del tacto (no puedo siquiera imaginar el esfuerzo que debió suponerle), gracias a su interprete-guía, Anne Sullivan, a los siete años. Su vida fue totalmente ejemplar en cuanto a producción intelectual, lucha por los derechos de la mujer, los trabajadores, los discapacitados y las libertades civiles hasta el punto de ser condecorada y de que Jimmy Carter le reconociera por decreto un día oficial.
En una de sus memorias, Hellen escribió:
“Antes de que mi maestra llegara, yo no sabía que soy. […] Como no podía en absoluto pensar, no comparaba un estado mental con otro. […] Cuando aprendí el significado de «yo» y de «mí», descubrí que yo era algo y entonces empecé a pensar. La conciencia existió para mí por primera vez.”
A partir de ese fragmento, Lola Nieto hace una brillante reflexión:
«Sin saberlo, Helen Keller realiza una de las declaraciones más atrevidas y osadas en teoría de lenguaje. El “yo” es un invento lingüístico. La adquisición del “yo” se produce al adquirir el lenguaje. Si no aprendes a hablar no aprendes el concepto de “yo”, jamás te concebirás como un sujeto dispuesto frente al resto de seres y cosas.»
Si Nieto tiene razón, si el recuerdo de Keller es preciso, si las personas sordociegas viven en un estado ajeno a algo tan esencial en nuestra forma de entender el mundo como es el propio «yo», ¿cómo de alejada está su experiencia de la nuestra? ¿Cuál es la distancia real entre sus qualia y los nuestros?
Una última imaginación: de entre todas las clases de formas de percibir el mundo que pudiéramos concebir, ¿de cuántas estamos privados? ¿Qué estamos no entendiendo en absoluto del universo que nos rodea?
Sí, ya. La clase de vértigo que se siente al mirar el cielo de noche.
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* Gracias a Car por las conversaciones sobre muchas de las movidicas del post de hoy. ;)
** ¿Conocéis «Johnny cogió su fusil»? No creo que ninguna película me haya provocado más desasosiego en mi vida. Con el libro aún no me he atrevido.
Qué interesante… la verdad me ha despertado bastantes preguntas, como un hilo del que tiras y tiras, aunque más con fascinación y curiosidad que con desasosiego:
– Animales… si nuestra experiencia del mundo y formas de percibirlo son limitadas, si ni siquiera somos capaces de saber cómo perciben el mundo nuestros semejantes ¿quizás no es un poco apresurado considerar que somos los únicos seres con la capacidad de preguntar? ¿realmente seríamos capaces de generar las pruebas adecuadas o comunicarnos eficazmente con los animales para saberlo? Lo pregunto desde la ignorancia, me imagino que se habrán hecho muchos estudios del tema, pero me da que siempre acabará chocando con ese muro de nuestra perpeción limitada y en consecuencia, capacidad de interacción limitada, ¿no?
– Soledad… Sí, definitivamente, como se suele decir, estamos solos en el mundo, porque nadie lo percibe exactamente como cada uno de nosotros. Ese «vemos el mundo como somos», porque una cosa es lo que hay ahí fuera y otra lo que percibimos de todo ello (esto sí que da cierto desasosiego, así ha dado lugar a teorías sobre que somos representaciones mentales, o es el fondo de películas como «Matrix» o «El Congreso»).
Así que por un lado, esta soledad desmonta cualquier intento para convencer a otra persona de «cómo son las cosas». Sería algo absurdo. Y me parece un punto importante en la construcción del respeto mutuo. Por otro lado, lleva a que la experiencia compartida que se puede lograr vaya a ser siempre limitada.
Pero esto me remite entonces al concepto de empatía, a ser capaz de percibir y sentir lo que otra persona siente. Todo un campo a explorar, porque si la empatía existe, entonces somos capaces de compartir parte de esa «experiencia en soledad». ¿Dónde está el límite? ¿Cómo es el mecanismo? Porque no es sólo a través del lenguaje, sino que en muchas ocasiones el proceso de empatía se puede producir sin necesidad de expresar lo que estamos sintiendo. Precisamente la gracia está en que se produzca así, que supere la propia barrera del lenguaje.
– Bebés y conciencia del yo. Esta etapa en la que se comienza a marcar la diferencia entre el «yo» y «lo otro» me parece fascinante, y una pena que no la recordemos o nos puedan relatar cómo sucede… ¿En realidad es sólo el lenguaje lo que lleva a esta construcción del yo o entrarían otros factores más como la construcción afectiva de la persona? Porque además de la percepción racional pura y dura, tenemos una parte de percepción emocional, más inconsciente. Y me imagino que si no se construye adecuamente, los límites, la frontera del propio yo, puede que se quede en parte desdibujada, algo difusa.
– Y ya por último, todas estas circunstancias que comentas en el post, me parecen elevadas a la n-ésima potencia en el caso de percepción distorsionada por trastornos psiquiátricos (brotes psicóticos, esquizofrenias, etc.), así como por consumo de drogas. Creo que todavía somos muy poco capaces (yo al menos me veo) de poder convivir de forma cercana con estas realidades, nos enfrentan a nuestros propios límites en la percepción de la realidad.
¡Gracias por tantas preguntas! :)
PD. ¡Ah! y una cosa importante que comenta Michael Stevens en su vídeo: por mucho que te expliquen algo y comprendas cómo se produce, sus características, etc., todavía no hay nada igual a experimentarlo. ;)
Vaya montones de cosas has dicho. A ver, por partes:
* Animales: Yo en eso no sé más de lo que se dice en el vídeo. Lo que parece bastante cierto es que los animales intercambian información (véase, abejas), pero no parece una comunicación «full-duplex» rollo «yo sé que tú sabes algo que yo no, así que dime». Para eso deberían tener un concepto de la mente, que existe en otros, que no tienen. La verdad, es que es llamativo.
* Soledad: Supongo que tan cierto es el «pienso, luego existo», como el «no puedo saber de la existencia de nada más». En cuanto a lo que dices del lenguaje… sí, claro. Pero es que el lenguaje (el hablado, el escrito) es sólo una parte de todos los procesos que dan lugar a la comunicación.
* No me cabe la menor duda de que los primeros pasos de diferenciación entre el yo y el entorno ocurren de manera absolutamente emocional e inconsciente. La razón no creo que llegue hasta tiempo después y, seguramente, entra gradualmente y de forma paralela a la adquisición del lenguaje. Aunque son impresiones mías, siendo honesto.
* En los casos en los que hay comportamientos alterados… sí. Se va de madre. Completamente. Y también nos hace dudar de todo. El escéptico clásico (http://es.wikipedia.org/wiki/Escepticismo_filos%C3%B3fico) te diría que no podemos saber que no sea nuestro caso…
* Nada como sentirlo, como experimentarlo. Sin duda.
Un abrazo!
He trabajado con alumnos ciegos pero, tal vez, el caso de un niño de seis años que llevaba dos quedándose ciego y ya casi no tenía visión; es el que llama ahora a mi memoria. Me dijo: enséñame muchas fotos de cosas, que no quiero olvidar los colores que tienen. Para él, los colores era lo que le llevaba a motivarse por muy cansado que estuviera. Le encantaba mezclar colores de la pintura de dedos para sacar tonalidades diferentes . Y me hacía volverme loca para encontrar onjetos que tuvieran esas tonalidades que iba sacando.
El post me ha hecho recordar. Y, he disfrutado leyéndolo.
¡Madre mía, qué historia, Eva!
….
No sé muy bien ni qué decir.
Pero me la guardo.
Gracias.
Mira que acabo de bloguear algo que me recordó mucho a esta entrada. Excepto que aquí todo está tan bien dicho y explicado que ahora me da un poco de pudor lo que escribí. Menos mal que no te leí antes, no hubiese escrito nada.
Bueno, tal vez no tenga tanto que ver a final de cuentas, pero igual el corte que resiento tras leerte es una experiencia real, intransmitible quizás, algo como un vértigo desmesurado.
Por cierto, Vértigo de Hitchcock, qué buena peli ¿no?
Pues mira, Arrowni, que me pasé por tu blog y la entrada que dices, me parece muy buena y que se sostiene perfectamente. De hecho, si no fuera porque lo dices tú (y seguramente que lo dices porque tenías la cabeza muy puesta en pensar en esos temas) yo no hubiera visto una relación tan directa.
Desmesurado, sí. Un poco. Si es que se pueden usar esas dos palabras juntas. ;)
Vértigo… no la he visto. Es una cosa curiosa, me encanta el cine, pero he visto muy poco. Incoherencias de uno, qué le voy a hacer. :D