Observadores

PRIMER OBSERVADOR
Hay veces que mi madre me cabrea. Si hay algo que no soporto es llegar de clase y encontrar la nevera vacía. No hay más que verdura, refrescos, salsa de tomate, tres huevos y un bote de maíz abierto hace una semana. Ni un yogur, ni pan, ni carne de mediodía, ni siquiera algo de leche para hacerme un colacao, joder. ¿De qué va esta mujer? Y luego me vendrá con que mi responsabilidad tal y mi futuro cual cuando me presente en casa con algunos cates que ni siquiera son culpa mía, sino del gordo ése, que me tiene manía.
En la tele no hay más que programas de sillas. Al principio era divertido escuchar a todos esos payasos contando su vida. Pero hace tiempo que me cansé de escuchar una vez tras otra las mismas historias. La mitad son cornudos o corneadores, si no las dos cosas, y el resto va dividido entre travestidos, obesos mórbidos y horteras. Es patético. Y tengo hambre, joder.
Toda la tarde solo en casa. De haberlo sabido les digo a los colegas que se viniesen con la playstation y algo de jalar. Me muero del asco… Maíz, tomate y al microondas. Qué ascazo.
Once y cuarto. Desde la ventana de mi cuarto veo un coche que no me suena entrando en el jardín. ¡Anda que no! Un viejo está trayendo a mi madre. Y los dos sonríen como bobos. Esto sí que es demasiado. Como me diga que voy a tener un nuevo papá le voy a potar en el parqué. Je. Eso le iba a joder. En el parqué.
Quita, quita… que el viejo se le está acercando. Y mi vieja no se aparta, mierda. Por dios amá, no. No hagas eso.
Bien, amá, bien. Ahí te he visto rápida. Tapando esa bocaza arrugada con la mano. Claro que también te podías dar un poquito más de vida quitándole los dedos de los labios, ¿o qué?
Quédate con la cara de bobo que se le ha quedado al pavo. Uy, qué serio… vaya pena me da usted, buen hombre. Fíjate que triste. Como arquea las cejas el pobrecito, parece una de estas postales con perritos. De fijo que ahora le está hablando en un tono grave y viril, pero bajito. Rollo George Clooney enamorao. Córtale, viejilla, córtale. Pero córtale ya.
Ni de coña. El tio ha apagado el motor.
Doce y media y siguen rajando. Estoy por bajar y decirle “mira, desgraciao, ¿por qué no tienes un poco de dignidad y te vas a un sitio dónde lo puedas conseguir pagando?”.
Parece que no va a hacer falta. Mi amá abre la puerta, ya está fuera, coge el bolso, cierra, ¿vuelve a abrir? Agh. Tan bien que lo habías hecho, vieja, no la cagues ahora dándole un pico, que no te lo vas a quitar de encima en la vida. Dios qué desastre.
Ahora debe de estar entrando. Mira que abre callandico la puerta cuando quiere, ¿eh? Si llego a estar dormido pa rato me despierto.
“Buenas noches, mamá”. “¿Aún no estás dormido?” “Ya ves”. “Ya veo”.
Silencio.
“Yo también veo”.
Más silencio.
“¿Y por qué letrita empieza?” “¿Y qué mierda importa por qué letrita empiece, amá?“
Y ahora sí que silencio.
No sé. Igual me he pasado. Pa mí que se va a echar a llorar.
“Eh, déjalo, da igual. Que paso”. “Lo siento mucho, hijico. Lo siento mucho.” “Que no lo sientas. Que me da igual”.
Bueno, parece que se calma un poco. Igual es el momento de sonreír un poco.
“¿Pero lo has pasado bien?” “Mucho”. “¿Mucho, eh?”
Joder, ya la hemos liado. Ya se ha desfasao. Me dice que sí y se me tira encima a llorarme en el hombro. Más tranquila, ¿o qué? No me pierdas los papeles de estas maneras que todavía eres mi madre.
¿Y de qué me estoy sintiéndo tan incómodo? La he visto llorar muchas veces en los últimos meses. Desde lo de papá.
Creo que si en vez de tener las manos en mis caderas las tuviera en las suyas… Sí. Esto ya es más como en las películas. Ahora sólo falta la banda
sonora. ¿Qué musiqueta le pondríamos a esto? ¿Tal vez algo de Thomas Nyman? Tipiquillo, pero funciona.
“No quiero estar sola”.
Qué miedo me estás dando, viejilla. Qué miedo.
“Vamos a la cama. Me estoy sobando aquí”. Y entonces me da un último achuchón antes de soltarme del todo. “Buenas noches, hijo.” “Buenas”. Cierro la puerta, me meto en la cama, pongo el despertador para las cuatro y lo meto dentro del cajón de la mesilla.
Me despierto cagándome en todo. Ese zumbido es inhumano. Y encima tengo la cabeza como si me hubiese pasado con el melocotón con piña. Para cuando paro el pitido ya estoy casi despierto. ¿Qué mierda tenía que hacer yo a estas horas? Ah, sí.
Bajo por las escaleras apoyándome en los bordes, así no chirrían tanto las maderas. Cojo el bolso de la vieja. “Habrás grabado mal el número. Mira se hace así”. Sí, esa es buena.
¿Y este sobre tan hortera? “Para Pilar”, pone. Es verdad que se llama Pilar. Qué raro me suena.
Dentro hay una cartulina con una fecha de hace años. No, espera. Es una foto. ¿Pero qué carajo es esto? ¿Pero qué mierda es esta, Pilar? ¿Qué haces ahí con el desgraciado ése?

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