Pero no está programada nuestra especie para el conformismo. Y toda tecnología, en la medida de su utilidad, será siempre susceptible del abuso por parte de sus entusiastas hasta la propia inmolación.
Determinadas personas aprendían a dialogar con las Inteligencias Artificiales para construir nuevas experiencias creativas. A menudo, fascinantes. Al fin y al cabo, ¿qué proporción de recombinación nutre cualquier obra creativa, incluso las más únicas y geniales aportaciones?
Más allá de las élites, el mercado mayoritario basculó a un consumo masivo de resultados basados en fórmulas estándar. Siempre habían sido los más efectivos, por trillados que estuvieran, y el coste ahora era irrisorio. Las principales plataformas de entretenimiento se adaptaban, mediante redes multisensóricas, a los signos vitales, movimientos corporales y reacciones faciales de los espectadores, modulando las tensiones narrativas de manera individualizada y precisa. Voces acreditadas de Netflix-Activision lo tenían claro: “Quizá no todas las personas tengan inquietudes creativas pero, desde cierta perspectiva, todos nuestros espectadores pueden sentirse co-creadores de sus propias historias”.
Los contenidos se hicieron tan específicos, que costaba encontrar con quien intercambiar impresiones sobre la última película, serie, videojuego, libro, exposición de ¿fotografía?. Cada vez más experiencia y menos producto, más viaje y menos objeto. Y si alguien deseaba hablar de ello y no tenía con quien compartirlo… bueno, ¿no era acaso eso otra necesidad que se podía cubrir?
Pronto se hizo evidente la necesidad de regular intensamente la industria pornográfica.
Con todo, el entretenimiento y la cultura, fueron solo aplicaciones sencillas, casi a modo de juego, comparada con otra revolución, la segunda, que se dio en el mercado de trabajo.
Los arquitectos ya no ponían tanto esfuerzo en el diseño como en la selección de las mejores soluciones, en base a parámetros, para la generación de espacios y soluciones a medida. Las combinaciones de entre un mar de alternativas pregeneradas a partir de toda la experiencia acumulada de la humanidad. Y a partir de ahí, tal vez matizar, supervisar, firmar. Asumir responsabilidades legales.
En paralelo, médicos, profesionales del ámbito legal, programadores, ingenieros, periodistas. Todos aquellos profesionales cuyo trabajo se enmarcaba en el ámbito del conocimiento se vieron pronto superados por una sucesión de olas de innovación imparable.
Los pasos fueron esencialmente los mismos. De inicio, las IAs entraban como herramientas propositivas de soluciones, una mera asistencia a unos expertos que se resistían a soltar las riendas. A continuación, una generación posterior de tecnologías era capaz de identificar fallas, carencias, incumplimientos normativos de dichos resultados intervenidos. Un informe, un proyecto, un diagnóstico, podía ser propuesto y supervisado a su vez por diferentes sistemas de inteligencia. La última versión de la ISO-9000 recomendaba de manera tan manifiesta que se convirtió en inmediato estándar de facto, primero; e imperativo legal, poco después. Ya, prácticamente sin debate, las nuevas generaciones crecieron con la confianza en una tecnología que, sin estar libre de errores, era indudablemente superior a los humanos.
Curiosamente, en un capricho contra la tendencia histórica, fueron las profesiones de tradición más humilde las que resistieron mejor el desafío. Como todo lo que es más cuestión de átomos que de bits, la robótica fue más lenta. Los cerebros, no dejan de ser un diseño optimizado durante millones de años de evolución de una red neuronal con un único fin: controlar el movimiento. Costaba competir con ello. No tanto por tecnología, sino por mera relación coste/beneficio. A decir verdad, también hubo factores humanos relacionados. El valle inquietante se vive significativamente más largo y tortuoso cuando se trata de cambiar pañales, sean estos grandes o pequeños. Los profesionales de las manos y los cuidados vivieron un fugaz momento de prosperidad, justo cuando más falta hacían en un occidente envejecido y enfermo.
Pero la tercera revolución ya llevaba tiempo para entonces.
La creación de “candidatos sintéticos” resultó demoledoramente efectiva en el primer proceso electoral en el que se trabajó este concepto de manera profunda. La construcción de discursos que garantizaran el máximo consenso entre unos ciudadanos que ya habían entregado la lectura de sus emociones fue, sencillamente, imbatible. ¿Cómo debatir contra quien tiene siempre la respuesta perfecta?
Cuando el principal partido de la oposición quiso “destapar el escándalo” se encontraron con la resistencia del judoka. Lejos de vivirse como una amenaza, subidos a la ola de tecnooptimismo, los partidos vencedores tuvieron pocos inconvenientes en reconocer los hechos. Simplemente habían sido mejores en aquello con lo que todos ensayaban -usando herramientas obsoletas- desde hacía tiempo.
No había atisbo de duda en la mirada de la presidenta cuando, mirando a cámara, respondió “¿Cuál es, me pregunto, el espíritu profundo de la democracia? ¿No se trata, acaso, de alcanzar mayores consensos? Lograr que todos nos sintamos cómodos. Más aún, satisfechos. ¿Qué hay de malo, entonces, en utilizar esta tecnología, si con ello logramos un bien superior? ¿Por qué ha de ser mejor la arcaica democracia tal y como la habíamos venido entendiendo? No solo no somos menos libres, sino que lo somos más. Porque estamos siendo infinitamente mejor escuchados. No confundamos, por favor, el resultado con el medio”.
A decir verdad, el atisbo de duda existió. Pero apenas costó esfuerzo de computación corregir unos cuántos pixeles en tiempo real. El resultado la hacía dos puntos más carismática para el 62% de la población con derecho a voto y subía hasta el 73% entre los que ejercían su derecho de manera efectiva.
En pocas legislaturas se fue haciendo evidente que el sistema había quedado obsoleto. La voluntad popular podía ejercerse de manera mucho más líquida y efectiva. La generación de debates artificiales funcionaba aún, pero eran fácilmente modulables. La persuasión había sido optimizada. La crueldad, calculada con precisión androide.
Bastaría con parametrizar correctamente cuáles eran “los valores a preservar”. Y tal vez, de cuando en cuando, reentrenar el sistema.
La humanidad llegaría a donde se propusiera.
Un comentario en “Un Maquiavelo a medida”