Hablar de ciencia y tecnología en la ficción (II)

(viene de la parte I)

2.- Sobre lo Narrativo

Pero si los errores a nivel de «contenido» en lo científico y tecnológico son preocupantes (o, al menos, lo alegremente que se desafía todo conocimiento amparándose en excusas), los que son verdaderamente imperdonables son los que afectan a la narrativa, a la historia, a la capacidad de involucrarnos:

  • Explicaciones de baratillo: Algo muy típico de las series B (o Z), de la tensión post-nuclear de los 40 en adelante o los cómics de superhéroes por poner algunos ejemplos representativos. Eso de «le envolvió una nube radiactiva» difícilmente puede ser el comienzo de un relato que no continúe con un «y se murió». No son explicaciones, son excusas. Y, además, burdas. Para decir eso, es mucho, muchísimo mejor (al menos para el público con unas bases científicas), no decir nada. Dejarlo en el aire.
  • Dar la chapa: La brevedad, por cierto. La sencillez y la claridad. Si se están haciendo ficción y no documental, no se puede estar demasiado tiempo dando explicaciones. Y mucho menos en forma de discurso dado por un único personaje. En igualdad del resto de factores, la acción siempre es mucho más entretenida.
  • El uso de las normas: En ocasiones, puede ser interesantísimo imaginar un futuro en el que existen tecnologías prodigiosas que dan capacidades «anormales» a los personajes. Sin embargo, en ese caso, hay que prestar mucha atención a varios detalles:
    • Que no sean omnipotentes (o casi): No hay forma más fácil de cargarse la tensión y la narrativa que dar un poder descontrolado a los personajes. Especialmente a los protagonistas. ¿Qué conflicto, qué tensión, que desafío puede existir cuando uno sabe que «el prota» es capaz absolutamente de todo?
    • Que existan unas reglas del juego: Un contexto, interno o externo, que obligue a utilizar ese poder de manera altamente condicional. Lo bonito es ver cómo se esfuerzan.
    • Que den el suficiente juego: Además, es recomendable que el sistema de reglas sea convenientemente amplio, flexible, complejo, que permita hacer un uso creativo de ellas.
    • Que se respeten siempre: Pero que mantengan su coherencia interna. Y esto es inexcusable. Si crean unas reglas, no se  pueden saltar nunca.
  • Confundir ciencia y fantasía: Es absolutamente legítimo escribir fantasía heróica ambientada en un «hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana». Pero es imprescindible para el que lo escribe que sepa que lo que está haciendo es eso y no otra cosa. Cuando se quieren justificar de manera científica -tarde mal y con midiclorianos– lo que no requería explicación ninguna, se está cometiendo un error garrafal: confundir el género en el que te estás moviendo.
  • Abusar de la fragmentación: En ocasiones, suele dar muy buen resultado hacer uso de las «técnicas de fragmentación«. Esto es, no contarlo todo. Pintar retazos, dar pistas, orientar, referenciar, pero no cuadrarlo todo nunca, delegando en el lector/espectador ese trabajo. Las personas somos tan buenas dando sentido a los absurdos que, si nos dejan los suficientes huecos, los rellenaremos a nuestro gusto. Y eso está muy bien. Y es válido que un autor juegue con eso. Pero cuando, realmente, no hay un trabajo de fondo. Una construcción de historia real y válida y honesta por detrás, el espectador, que no es tonto, se va a dar cuenta de que «el final de Lost es una mierda».

photo credit: cuellar via photopin cc

 

 3.- Recomendaciones

Así que, después de todo esto, qué recomendaría yo, en mi opinión personal, después de haberle dado unas vueltas y sin intentar hacer la lista definitiva de esto. Pues recomendaría:

  • Familiarizarse, mínimamente, con el método y la lógica de la ciencia (todo eso de empírico, medible, reproducible, refutable). Y con su lenguaje -por muy lingüista que se sea- porque ocurre que, a veces, incluso las palabras más comunes significan cosas distintas. Y, desde luego, con sus principios de más alta impepinabilidad. (Aquí os dejo una lista de 10).
  • ¿Y para eso hay que? Efectivamente, documentarse. Nadie nace aprendido, eso está claro. Pero si uno quiere tocar ciertos temas, aunque sólo sea de soslayo, debería leer un poco antes. En la edad del silicio, no debería ser un problema para casi nadie, ¿o qué? Además, unas cosas llevan a otras y eso es fantástico para la creatividad.
    Una variante a documentarse es, simplemente, preguntar a alguien que sepa más (la que sigue siendo la mejor manera de transferir conocimiento). Y, para esto, también se puede echar mano de las redes sociales. Por mucho que no se tenga un facebook, ya habrá algún amigo o cuñado con muchos contactos que pueda publicar una pregunta y que, tal vez, tiene un contacto en común con alguien que…
  • Asumir las limitaciones: Es casi imposible hacer una predicción sobre el futuro y su tecnología que no resulte absurda vista desde el momento actual y/o ridículamente conservadora, vista desde el futuro. No lo digo yo, lo dice Arthur C. Clarke. Y lo dice mientras predice internet en el año 01964 y sus implicaciones para la vida cotidiana. Increíble:
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=FxYgdX2PxyQ]
  • Cuando la historia lo permita, hay que intentar aprovechar el humor. Bien utilizado, es una manera fascinante de establecer complicidades y mantener la «suspensión de incredulidad». El azúcar de la píldora que os dan. Reconocer, como autores que, «de esto no sé», pero con una sonrisa. Un par de ejemplos estupendos:
    • En Futurama (un auténtico modelo a seguir en temas de ciencia y narrativa y humor) hay un momento en el que el profesor Farnsworth le explica a su joven clon Cubert que «gracias a los motores de materia oscura de la nave, es posible recorrer la distancia entre galaxias en apenas unas horas«. «Eso es imposible«, razona Cubert, «¡nada puede viajar más rápido que la velocidad de la luz!» Y Farnsworth: «Por supuesto que no. Por eso los científicos aumentaron la velocidad de la luz en el año 2208«.
    • Stanislav Lem, en Ciberiada, dando un ejemplo práctico de cómo se pueden narrar historias con dragones. Aunque no existan:
      «Trurl y Clapaucio eran alumnos del gran Cerebrón Emtadrata, quien durante cuarenta y siete años había enseñado en la Escuela Superior de Neántica la Teoría General de Dragones. Como sabemos, los dragones no existen. Esta constatación simplista es, tal vez, suficiente para una mentalidad primaria, pero no lo es para la ciencia. La Escuela Superior de Neántica no se ocupa de lo que existe; la banalidad de la existencia ha sido probada hace demasiados años para que valiera la pena dedicarle una palabra más. Así pues, el genial Cerebrón atacó el problema con métodos exactos descubriendo tres clases de dragones los iguales a cero, los imaginarios y los negativos. Todos ellos, como antes dijimos, no existen, pero cada clase lo hace de manera completamente distinta. Los dragones imaginarios y los iguales a cero, a los que los profesionales llaman imaginontes y ceracos, no existen, pero de modo mucho menos interesante que los negativos. Desde hace mucho tiempo se conoce en la dragonología una paradoja, consistente en el hecho de que, si se herboriza a dos negativos (operación correspondiente en el álgebra de dragones a la multiplicación en la aritmética corriente), se obtiene como resultado un infradragón en la cantidad 0,6 aproximadamente. A raíz de este fenómeno, el mundillo delos especialistas se dividía en dos campos, de los cuales uno sostenía que se trataba de la parte de dragón contando desde la cabeza, y el segundo afirmaba que había que contar desde la cola. Trurl y Clapaucio tuvieron el gran mérito de esclarecer lo erróneo de ambas teorías. Fueron ellos quienes aplicaron por vez primera el cálculo de probabilidades en esta rama de ciencia, creando, gracias a ello, la dragonología probabilística. Esta última demostró que el dragón era termodinámicamente imposible sólo en el sentido estadístico, al igual que los elfos, duendes, gnomos, hadas, etc. Los dos científicos calcularon en base a la fórmula general de la improbabilidad los coeficientes del duendismo, de la elfiación, etc. La misma fórmula demuestra que para presenciar la manifestación espontánea de un dragón, habría que esperar dieciséis quintocuatrillones de heptillones de años más o menos. No cabe duda de que el problema hubiera quedado corno un simple curiosum matemático, si no fuera por la conocida pasión constructora de Trurl, quien decidió investigar la cuestión empíricamente. Y puesto que se trataba de fenómenos improbables, inventó un amplificador de la probabilidad y lo comprobó, primero en el sótano de su casa, luego en un Polígono Dragonifero especial, Dragoligón, costeado por la Academia (…)»
  • Y, por último, la -en mi opinión- más importante: No olvidarnos nunca de que estamos contando historias. De que la lectura más valiosa que se puede hacer de todo esto, seguramente, son las implicaciones que esa ciencia o esa tecnología pueden tener en la vida del común de los mortales, de su condición humana. Considero que es mucho más interesante ver cómo un descubrimiento o invención ha podido cambiar las sociedades, el día a día de un cualquiera, más allá de que el James Bond de turno esté haciendo uso de algo al alcance exclusivo de su mano. Narrativamente, además, es más fácil evitar la tentación de hacer «magia» y nos sitúa más dentro. (Algún texto así he intentado, por cierto).
    Siguiendo la misma línea lógica, puede ser muy útil -y hasta recomendable- que, después de haber creado un «sistema de normas» de los que he comentado arriba, un ser humanos sencillo sea capaz de poner el sistema en jaque «desde fuera», sin romper la coherencia interna, pero participando de una manera «lateral». O renunciando a usarlo. Tal vez como última victoria sobre sí mismo.

En fin… Creo que es todo.

Eso sí, no podía terminar esta serie de posts sin agradecer a toda la gente que ha colaborado conmigo dándome ideas, ejemplos, críticas o matices. Como J. L. Ferreira+Iván Ruiz Luengo+Juanma Sanesteban, +Lisi Franch, Miquel Torrent, Iñaki López, Pablo Benito, Juan Cervantes, +Adrián Jiménez, +Eva Fernández… (seguro que me dejo alguien, mis disculpas) y algunas fuentes que pueden servir de referencia para seguir tratando estos temas: Malaciencia, Ciencia vs FicciónCuentos Cuánticos

4 comentarios en “Hablar de ciencia y tecnología en la ficción (II)

  1. Me quedo con que «Nada de lo anterior es definitivo» ;), muy bueno Toto. Ojalá los productores de y guionistas de pelis de serie B (sobre todo de las de tiburones) leyeran estos dos post, aunque fuese por encima!

    1. jajaja… supongo que unos cuantos horrores de las «series B» se podrían evitar con eso. pero a mí me desesperan más las de las grandes superproducciones. ahora, que a alguien se le ocurriera la idea de «sharknado» me parece una genialidad. porque el «pacto de lectura» que establecemos es el de «y nos descojonamos todos». :D

      1. Me pasa que las superproducciones no me molan precisamente por eso, no consigo elevar mi umbral de credibilidad lo suficiente y con el tiempo hasta he dejado de verlas… Ahora, las pelis de serie B… Eso es otra historia! Soy muy fan jajaja porque me hacen reír mucho. Y le pondría un monumento a Sharknado en la puerta de mi casa! XDDD

La mejor sección del blog: ¡Los comentarios!

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s