Vikramāditya y el Vetal – Primer relato

Vikram accede al trono con la voluntad de servir a su pueblo, de aportar cuanta sabiduría y justicia esté en su mano.

Por ese motivo, dedica un tiempo cada mañana a dar audiencia a sus súbditos, atender peticiones, resolver disputas o, sencillamente, escuchar sus problemas. Es una labor compleja, pero Vikramaditya es un hombre inteligente y ecuánime y siempre encuentra una respuesta valiosa que dar. Además, como su juicio es sensato, aunque no siempre sea del agrado de todos, pronto adquiere una gran reputación. 

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Una mañana se presenta en el salón del trono un anciano eremita. Con una reverencia deja una manzana a sus pies y, sin decir palabra, se da la vuelta y se va. Vikram, algo desconcertado por un regalo tan innecesario, considera sin embargo que no debe hacer desprecio de ningún regalo, menos aún viniendo de un anciano sabio, así que ordena que la guarden con el resto del tesoro real. Aunque, a decir verdad, no vuelve a pensar en ello.

Pero el día siguiente se repite la escena. Y también al siguiente y durante muchos más. Día tras día el eremita ofrece una pieza de fruta a Vikram, el cual las acepta sin darles mayor importancia. De hecho, se acostumbra hasta el punto de que ya ni siquiera intenta encontrar el sentido de un comportamiento semejante.

Sin embargo, todo cambia la mañana en que uno de los monos mascota que corren libres por palacio, roba la fruta del día. El mono coge un mango y trepa hasta lo alto de una columna, donde devora la fruta y escupe el hueso al suelo. Para sorpresa de todos, el hueso no es un hueso. Es una enorme esmeralda. Vikram la recoge sin dar crédito a lo que ve. ¿Dónde dejamos el resto de las frutas que trajo el anciano? Pregunta. En la sala del tesoro, le responden. El rey corre hasta ella y, en efecto, entre un montón de fruta descompuesta asoman las más variadas y brillantes piedras preciosas.

A la mañana siguiente, cuando el eremita se presenta Vikram se dirige a él. ¿Cómo puedo agradecer tus innumerables regalos? ¿Qué puedo hacer por ti? El anciano responde, los regalos te los hice por ser tú un hombre valeroso y sabio. En mis labores espirituales necesito de hombres como tú. En ese caso, pídeme lo que necesites. Por ahora, sólo necesito que acudas esta medianoche, solo, al centro del cementerio. Una vez allí, te explicaré el resto. Así lo haré.

La noche es particularmente oscura y el viento se lamenta entre las lápidas. El olor a carne quemada es como un presagio horripilante, pero Vikramaditya no va a volverse atrás. Se adentra más y más hasta encontrarse con el anciano, sentado junto a un altar improvisado. Gracias por venir, la dice el sabio. Sencillamente dime qué puedo hacer por ti. Sólo hay una cosa que necesito. Estoy realizando un importante ritual religioso y necesito el cuerpo del que fuera un hombre malvado.  ¿Ves el cadáver de ése criminal que cuelga ahorcado en aquella colina? Yo no puedo cargar con él. Quiero que me lo traigas.

Vikram se estremece, pero asiente. De acuerdo, si eso es lo que quieres de mí, lo tendrás. Y se encamina hacia lo alto de la colina. Una vez llega allí, corta con su espada el cuerpo, lo carga sobre su hombro y comienza el recorrido de vuelta. De pronto, escucha a su espalda una sonora carcajada. ¡Os saludo, alteza!, exclama el cadáver. El rey, sobresaltado, deja caer el cuerpo que vuelve volando al árbol del ahorcado sin dejar de reír. Yo sé lo que eres, dice Vikram. Tú eres un vetal, un demonio necrófago. Pero he dicho al anciano que iba a llevarte y eso es lo que haré. El rey vuelve al árbol, descuelga de nuevo el cuerpo y lo carga.

El demonio abre entonces sus ojos verdes y opacos y, con sonrisa inhumana y voz tintineante, comienza a charlar. El camino es largo y tu fardo, pesado. ¿Qué te parece si, para animarlo, jugamos a un juego? Estas son las reglas. Yo te plantearé un acertijo. Si tú sabes la respuesta y no la dices, morirás. Pero si la dices, entonces yo volaré de nuevo hasta mi árbol.

Las reglas son extrañas. Pero ¿qué otra cosa puede hacer Vikram salvo aceptar el juego? Al fin y al cabo, se trata de un vetal.

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«Hace mucho tiempo, había una linda mujer había sido prometida a tres hombres. Antes de que pudiera escoger entre ellos, murió y, según la costumbre de su pueblo, fue incinerada. Los tres pretendientes quedaron consternados, pero sus reacciones fueron bien distintas.

El primer hombre, sobrecogido y abrumado por el dolor, se sentó sobre sus cenizas llorándola.

El segundo, reunió los huesos, y cargó con ellos a donde quiera que fuese.

El tercero, desesperado, incapaz de aceptar esa muerte, partió en busca de los más grandes sabios. Tras muchos esfuerzos, aprendió de un nigromante el hechizo capaz de devolver la vida a los muertos. Se reunió entonces con los otros dos hombres, utilizó los huesos y las cenizas que los otros dos habían conservado y ejecutó el ritual. Entonces, la mujer resucitó.

Pero aún quedaba por decidir cuál de los tres hombres sería su esposo y comenzó una gran discusión. 

La pregunta es, ¿con cuál de los tres debería casarse esta mujer?»

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(Serie de relatos completa)

19 comentarios en “Vikramāditya y el Vetal – Primer relato

  1. Uff no se yo… Creo que yo no me quedaría con ninguno.
    Uno que llora y no sigue su vida…otro que no sabe pasar página y carga con mis cenizas toda la vida (que aburrido por Dios) y otro que decide lo que es mejor para mi?? Decididamente no me quedaría con ninguno de los tres. Me buscaría otro mejor!!! Pero no tengo ni idea de con cual se quedaría ella la verdad. Esperaré ansiosa la respuesta.

  2. El que la resucitó es el que más hizo por ella, pero ya que debe elegir, la respuesta obvia es que debe casarse con el que elija, sin más. Pero si acierta la respuesta el demonio volverá al árbol y si la sabe y no la dice morirá, así que en lugar de pensar en la respuesta acertada, ¿no sería mejor tratar de alargar la conversación con el demonio para no responder, ni saber la respuesta? No tengo claro si es una opción jajaja, pero en este caso, mantenerse sin saber, y sin responder, quizá fuera lo más acertado hasta que llegara a donde e anciano y cumpliera con su palabra.

  3. Creo que la solución era algo parecido a esto:
    El que la resucitó sería como un padre para ella.
    El que cargó con sus huesos sería como un hijo para ella.
    El correcto es el que se sentó y se quedó sobre sus cenizas

  4. Cualquiera de los tres hermanos es la respuesta correcta, pero como no la sabe, debe decir que no sabe lo cual es verdad, y no es una respuesta correcta, y así seguir el camino

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