Cómo criticar el texto de un colega

Pasa a veces. Alguien se entera de que te gusta la literatura, tal vez de que escribes, incluso. Y entonces te pasan un texto suyo para que le eches una ojeada y le des tu opinión.

«A ver qué te parece», dicen. «Pero di lo que piensas de verdad», añaden.

Para mí ya no es así, pero antes, cuando me veía en una de estas, lo vivía como una encerrona. 

Esta era la prisión de un preso escritor (Polonia)

Esta era la prisión de un escritor (Polonia) 

Porque es algo halagador que alguien te pida tu opinión, pero también despierta algunos miedos y responsabilidades.  A dos niveles (y no hay que confundirlos nunca).:

  • Primero, el personal. Porque uno puede querer estimular y apoyar, pero ¿y si no te gusta? Todo el mundo pide sinceridad, ¿pero cuántos la aceptan realmente? ¿Y cómo nos equivocamos más, desanimando a alguien -quizá- excesivamente o inflando orgullos de forma forzada por no herir?
  • Pero luego, claro, está el texto en sí.  Que puede tener sus méritos, pero no gustarte porque no eres su público. O gustarte a pesar de ver claramente sus limitaciones. Por otra parte ¿hasta qué punto es válido el criterio propio en lo que se refiere a gustos? ¿Y cuánta influencia quiere uno tener basándose sólo en ellos? 

Es decir, que la gente -yo mismo hasta hace un tiempo- se arma unos bolos que pa qué

Tengo entendido que hay escritores de éxito que, cuando un fan les pide opinión sobre sus textos, suelen tirar con bala y a matar. «Si el escritor es como tiene que ser, seguirá escribiendo y le servirá para mejorar», piensan, o se justifican pensando. Otros, hacen a sus secretarios contestar a cada carta, ensalzando cualquier aspecto del texto recibido y relacionándolo con su siguiente novela, «de pronta publicación, y que podrá encontrar en su librería de confianza». A eso, los del marketing, le llaman fidelizar.

A Hemmingway no le gustaba que Fitzgerald le hiciera críticas facilonas.

A Hemmingway, por ejemplo, no le gustaba que Scott Fitzgerald le hiciera críticas facilonas.

Como yo no quiero suicidar kafkas prematuramente, ni tampoco vivo de lo que escribo (al menos no de venderlo), he desarrollado un método para esto. Consiste en hacer lo siguiente:

  • Empiezo por declinar responsabilidades. No debería hacer falta, pero no está de más decirlo. Dejar claro desde el principio que es mi criterio y sólo mi criterio. Que el autor es el único con potestad, y que aplique su propio filtro respecto a lo que yo le diga y que jamás cambie nada si no está convencido. ¡Anda que no he dicho tonterías yo en mi vida! Preguntádselo a mi sobrina, ya veréis lo que os responde…
  • A continuación me limito a describir lo que veo al leer. Los recursos que encuentro que el autor ha utilizado, los estilos, los personajes, el narrador… cualquier cosa muy objetiva.
  • Eso me sirve para explicar lo que el uso de esos recursos me produce como lector. Algunos me resultarán simpáticos, irónicos o inquietantes. Unos me aceleran la lectura, otros me ralentizan. Habrá los que despierten mi curiosidad, y otros que me desubiquen.
  • Y entonces, esta es la parte complicada, interpreto si eso funciona para lo que yo creo que el autor está intentando hacer. «¿Es eso lo que quieres hacer?» Le pregunto al escritor. Y sí la respuesta es que sí, entonces, bravo. Y si es que no, entonces le advierto de lo que me ha ocurrido a mí al leerlo e intento explicar por qué, basándome en lo ya comentado. Señalar clara y justificadamente lo que no funciona y, especialmente, los aspectos más peligrosos: aquellos que me «expulsan» del relato. (Porque no me los creo, porque son incoherentes, etc…)
  • Cuando tengo la suficiente confianza con la persona y se me ocurre algo, puede que plantee otras posibilidades que encuentro. Pautas para que al otro investigue y pueda llevar el texto más lejos -o lo que a mí me parece más lejos- si le da la santa gana.

En realidad, la clave de lo que comento está en no fijarse tanto en lo que «me gusta o no me gusta» y más en el «lo consigues o no lo consigues«. Cuanto más conocimiento técnico de escritura se tiene más fácil es hacerlo, seguro. Pero opino que esto lo puede hacer cualquier lector un poco ordenado, capaz de identificar qué partes del texto le han causado una sensación u otra. Así que no hace falta ser filólogo, precisamente, para aplicar este sistema. Creo que, de esta manera, se puede ser sincero, enriquecer al que lo recibe y comprometerse menos con respecto a otros factores más personales o subjetivos

***

Nota: Si alguien quiere ver un ejemplo, os paso unos comentarios que hice sobre un relato que me mando el otro día el Santo. Hace unos meses, por pura curiosidad, me pidió algún libro sobre creación de relatos. Le pasé el de Zapata, claro. El muchacho se lo leyó y ha escrito dos cositas breves que creo que tienen muchos méritos. Os dejo, con su permiso, la segunda de ellas para que veáis lo que es capaz de hacer -ya- el muy maldito y cómo le apliqué éste método de crítica:

  • Lo tengo en limpio (para no daros la joda con mis comentarios).
  • Y comentado (para ilustrar con un ejemplo lo que digo en el post). Las notas las hago sobre el propio texto, marcando en verde las cosas que más conseguidas me parecen, en rojo las que menos y en azul otros posibles comentarios.

4 comentarios en “Cómo criticar el texto de un colega

  1. Hola Luís, aquí un fragmento de «La búsqueda de la felicidad» de Bertrand Rusell que sé que sabrás extrapolar a tu reflexión. Hay que relajarsun poco y relativizar el peso de la opinión tanto propia como ajena.
    «Existe la cómoda idea
    de que el genio siempre logra abrirse camino; y apoyándose en
    esta doctrina, mucha gente considera que la persecución del
    talento juvenil no puede hacer mucho daño. Pero no existe
    base alguna para aceptar esa idea. Es como la teoría de que
    siempre se acaba descubriendo al asesino. Evidentemente,
    todos los asesinos que conocemos han sido descubiertos, pero
    ¿quién sabe cuántos más puede haber de los que no sabemos
    nada? De la misma manera, todos los hombres de genio de los
    que hemos oído hablar han triunfado sobre circunstancias
    adversas, pero no hay razones para suponer que no ha habido
    innumerables genios más, malogrados en la juventud.
    Además, no solo es cuestión de genio, sino también de talento,
    que es igual de necesario para la comunidad. Y no solo es
    cuestión de salir a flote del modo que sea, sino de salir a flote
    sin quedar amargado y falto de energías. Por todas estas
    razones, no conviene ponerles muy duro el camino a los
    jóvenes.
    Si bien es deseable que los mayores muestren respeto a los
    deseos de los jóvenes, no es deseable que los jóvenes
    muestren respeto a los deseos de los viejos. Por una razón
    muy simple: porque se trata de la vida de los jóvenes, no de la
    vida de los viejos. Cuando los jóvenes intentan regular la vida
    de los mayores, como por ejemplo cuando se oponen a que un
    padre viudo se vuelva a casar, incurren en el mismo error que
    los viejos que intentan regular la vida de los jóvenes. Viejos y
    jóvenes, en cuanto alcanzan la edad de la discreción, tienen
    igual derecho a decidir por sí mismos y, si se da el caso, a
    equivocarse por sí mismos. No se debe aconsejar a los jóvenes
    que cedan a las presiones de los viejos en asuntos vitales.
    Supongamos, por ejemplo, que es usted un joven que desea
    dedicarse al teatro, y que sus padres se oponen, bien porque
    opinen que el teatro es inmoral, bien porque les parezca
    socialmente inferior. Pueden aplicar todo tipo de presiones;
    pueden amenazarle con echarle de casa si desobedece sus
    órdenes; pueden decirle que es seguro que se arrepentirá al
    cabo de unos años; pueden citar toda una sarta de terroríficos
    casos de jóvenes que fueron tan insensatos como para hacer
    lo que usted pretende y acabaron de mala manera. Y por
    supuesto, puede que tengan razón al pensar que el teatro no
    es la profesión adecuada para usted; es posible que no tenga
    usted talento para actuar o que tenga mala voz. Pero si este es
    el caso, usted lo descubrirá enseguida, porque la propia gente
    de teatro se lo hará ver, y aún le quedará tiempo de sobra
    para adoptar una profesión diferente. Los argumentos de los
    padres no deben ser razón suficiente para renunciar al
    intento. Si, a pesar de todo lo que digan, usted lleva a cabo
    sus intenciones, ellos no tardarán en ceder, mucho antes de lo
    que usted y ellos mismos suponen. Eso sí, si la opinión de los
    profesionales es desfavorable, la cosa es muy distinta, porque
    los principiantes siempre deben respetar la opinión de los
    profesionales.
    Yo creo que, en general, dejando aparte la opinión de los
    expertos, se hace demasiado caso a las opiniones de otros,
    tanto en cuestiones importantes como en asuntos pequeños.
    Como regla básica, uno debe respetar la opinión pública lo
    justo para no morirse de hambre y no ir a la cárcel, pero todo
    lo que pase de ese punto es someterse voluntariamente a una
    tiranía innecesaria, y lo más probable es que interfiera con la
    felicidad de miles de maneras. «

  2. Yo creo que la crítica consentida, de parte de una persona cuya opinión consideras útil y estimable, es positiva. Puedes asumirla total o parcialmente o simplemente no compartirla. No es más que otro punto de vista, tal vez igual o tal distinto al propio. Es positivo si sabes utilizarla en su justa medida. Con esa crítica u opinión puedes hacer lo que quieras.
    Yo recurro a opiniones ajenas en ocasiones. Tal vez por inseguridad respecto a lo que escribo, tal vez por buscar una perfección relativa, pues las palabras como las actitudes, hasta cierto punto, siempre son mejorables.

    1. Al final encontré tu comentario, en la papelera del spam, en la que terminó vaya usted a saber por qué motivo. Pero, como ves, ya está rescatado.

      Desde la perspectiva del criticado, es muy válido lo que dices. Yo estaba, más bien, tratando de dar alguna pauta para cuando uno se ve colocado en la posición del crítico. Algo que me resulta más aparatoso y que puede acarrear más consecuencias. Supongo que la actitud de ambos, la capacidad de comunicar y plantearse esa interacción como «proyecto de mejora» de un texto, más que como un juicio de valor entre cualidades personales, es la clave de todo.

      ¡Un saludo!

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