Será que soy un maniático pero cuando encuentro una frase que me gusta de verdad, una que me revela algo o que lo expresa especialmente bien, me gusta saber quién la firma. Es una cuestión de respeto para con los autores. Al fin y al cabo, son personas que trabajaron y, en ocasiones, sufrieron mucho –venden los dioses lo que dan– para escribir lo que escribieron. Que menos que atribuirles lo que es suyo, ¿no? Si, total, nos sale gratis.
El caso es que Internet, que tan fácil nos lo pone para encontrar cosas, ha hecho que otras muchas queden sepultadas entre inexactitudes y errores. Será que soy un maniático, decía, pero me vuelvo loco con los siguientes fenómenos, ¿os ha ocurrido a vosotros algo de esto?:
- A veces paso horas metido en el wikiquote porque no hay manera de saber quién dijo una frase concreta. Palabras similares aparecen atribuida a infinidad de autores en distintas formas, en distintos idiomas, con variaciones sutiles hasta que al final, en ocasiones, no me queda más remedio que poner «No atribuible». Estoy dispuesto a pagar dinero a aquel que me diga -y demuestre- quién escribió esta genialidad: «La diferencia entre dos hombres cualquiera es muy pequeña, pero esa diferencia es muy importante». (Si se lo preguntáis a google os dirá que he sido yo …¡ojalá!)
- Es sorprendente que algunos autores actúan como «atractores culturales». Parece que, por alguna razón, mola atribuir aún más cosas ingeniosas y divertidas de las que ya han hecho a gente como Groucho Marx, Jacinto Benavente, Woody Allen y, sobre todo, Oscar Wilde. Todos ellos elocuentes y sagaces, sí. Pero, por el amor de Dios, algún chiste debieron de dejar hacer al resto de la humanidad ¿o qué?
- Esto último es especialmente llamativo con determinados poemas. El poema Instantes, no es de Borges. Desiderata, no es un anónimo del siglo XVII. Ni son de Neruda Muere Lentamente, ni Queda Prohibido. Y, más grave aún, La Marioneta no es de García Márquez. Digo esto porque García Márquez, como autor vivo, pudo decir claramente en prensa «Lo que me puede matar es que alguien crea que escribí una cosa tan cursi».
- Una vuelta de tuerca más: Hace unos meses escribí una entrada sobre el poema «Otra vez Amarilis» que se atribuía a una autora que nunca existió. Había incluso numerosas referencias a un estudio que atribuía toda una historia, una plaza con estatua y conflictos diplomáticos entre Perú y Ecuador relacionados con el tema. Aquí, lo que no encontré fue la menor pista sobre todo ello. Llegué a escribir un correo electrónico al autor del estudio -y no fue evidente encontrar su dirección- y nunca obtuve respuesta. En este caso lo que queda en entredicho es menos la autoría como la historia que rodea al error de atribución. De locos.
Iván Almeida, el tipo que hace el estudio sobre el Instantes de Borges, concluye su concienzudo análisis sobre las posibles causas del error (y el empecinamiento en el error) desde un paternalismo intelectual que me resulta bastante desagradable diciendo:
«El Borges de «Instantes» es un Borges que quisi éramos ver arrepentido. Arrepentido de ser el más citado de los autores sin ser comprendido por los pobres que gozan de las series televisivas o profesan los Cultural Studies. Queremos que siga siendo Borges, pero que reniegue sus opciones y que, en vez de sus crípticos poemas, venga a decirnos lo que nosotros desearíamos oír y que sólo osan decirnos las revistas asociativas, que despreciamos. El mundo perfecto sería un libro de Rigoberta Menchú firmado por Wittgenstein, la Imitación de Cristo firmada por Joyce, la canción «We are the world» firmada por Mallarmé. Queremos poder decir que el poema que más amamos es de aquel Borges del que quisieron apropiarse los intelectuales. Eso dice ese actor colectivo que ni siquiera podemos calificar de «lector».
¿Indignarse? No creo que haya motivos. No hay que olvidar que, a pesar de todo, como lo muestra un ejemplo citado más arriba, hay personas a quienes la lectura de «Instantes» ha llevado a descubrir Ficciones. Quizá la historia de la literatura sea la historia de algunos grandes errores de lectura.»
Pero no lo tengo yo tan claro. Igual es falta de interés o de curiosidad o de respeto… o que, sencillamente, es más fácil recordar el nombre un autor famoso que el de uno secundario.
No lo sé. Tal vez solo nos molestemos unos pocos.
Será que soy un maniático.
He buscado expresiones de Laszlo J. Nelson en google y no he encontrado ninguna. Seguro que se las han atribuído todas a Gandhi.
La línea entre ser un maldito y un «de culto» es delgada. Quizá Lazslo la cruce algún día. ;)