Sobre recuerdos (II)

Hablaba el otro día sobre recuerdos, de cómo me esforzaba por mantenerlos incluso de muy niño. Y tal vez os mentí.

Porque recientemente he comprendido que los recuerdos son mucho más variables de lo que, a la mayoría, nos reconforta pensar. Porque la memoria es un proceso, no un almacén. Y eso tiene sus implicaciones.

Quizá esté en nuestra cultura desde mucho antes, desde la existencia de la escritura; pero ahora, con las tecnologías de la información, todo el mundo cree tener claro lo que es una memoria. Un lugar en el que almacenar las cosas para que no se pierdan …ni se alteren.

Pero es un error. Nosotros no funcionamos así. Cuando percibimos estímulos -es decir, constantemente-, una corriente de conexiones neuronales se desencadena. Unas activan a otras y eso nos produce sensaciones, pensamientos, respuestas biológicas…

Al recordar algo, de alguna manera, tratamos de reproducir esa misma secuencia de conexiones (o, al menos, una parte significativa de ella). Pero eso no impide que nuevos estímulos, nuevos elementos aparezcan y se adhieran. Que aspectos secundarios pierdan importancia o que al recrear se reconstruyan y se realicen nuevas síntesis  de sentido. A veces uno tiene que hacerse mayor para entender lo que vivió de niño.

Finalmente, sin darnos cuenta, lo recordado, lo integrado, apenas tiene que ver con lo que realmente fue. Así que, como teorizaba Borges, tal vez aquel niño en su intento de mantener inalterado su recuerdo sólo consiguió modificarlo más que ningún otro.

¿Quién no ha tenido una sensación de extrañeza cuando ha vuelto a un lugar, recuperado una foto, escuchado una historia en otra voz y ha pensado «no lo recordaba así»?

Hace poco he leído sobre la importancia que esto tiene, por ejemplo, cuando se entrevista a alguien sobre su vida. Sobre el diálogo que uno mantiene con su interlocutor y también consigo mismo cuando narra su vida. Cómo se construye su historia.

Es algo que, a priori, puede asustar un poco. Y provoca, sin duda, resistencias cuando tratemos de aplicárnoslo a nuestra propia historia.

¿Y si en el fondo me quería? ¿Tenía derecho a enfadarme? ¿Aprendí lo que tenía que aprender de todo aquello?

La buena noticia es que, de nuevo, está en nuestras manos. Si no existe una versión única y total de mi historia, ¿por qué no escoger una que tenga sentido, que nos reconforte o nos mejore? ¿Por qué no quedarnos con lo bueno?

Seguramente por eso nos seduzca tanto la historia del héroe. De hecho, algunos de ellos, incluso se permiten el lujo de salirse del texto y decírnoslo a las claras. Total, ¿qué más da?

Va a seguir funcionando.

Un comentario en “Sobre recuerdos (II)

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