Hay un juego que me ayudo a pasar algunas de las horas más soporíferas en mis primeros años de carrera y se llama Mastermind, ¿os suena?
Las reglas son sencillas: Dos jugadores se enfrentan. Cada uno tiene una combinación secreta (en el comercial son colores, aunque nosotros jugábamos con números del 1 al 10 sin repetición, p. ej. 1537) y debe deducir la combinación secreta de su contrincante. Para ello aventura una posible combinación y su rival debe contestar cuántos elementos están realmente en su combinación secreta (heridos) y cuántos de ellos, además, se encuentran en la posición correcta (muertos).
De esta manera si el jugador A tiene la combinación 5469, y el jugador B le pregunta, con más o menos intención, por la 5146, el jugador A debe de contestar que ha hecho «1 muerto y 2 heridos». Sin especificar cuales, por supuesto.
El objetivo es ir haciendo preguntas y tomando datos hasta descubrir la combinación del otro.
Pues bien, ocurre que la mayoría de la gente, cuando empieza a jugar a esto, intenta quedarse con las respuestas correctas. Esto es, si por un golpe de suerte, en la primera pregunta hacen 1 muerto y un herido, intentarán cambiar esos números hasta dar con cuál es el muerto y cuál es el herido. Y eso lleva a tener que hacer muchas pruebas y muchas posibilidades de repetir errores. Sobre todo si sustituyes números que no conoces si son correctos por otros que no sabes si son falsos.
La mejor manera de jugar a esto es al descarte. Es decir, lo mejor que te puede pasar es decir 1234 y que tu rival te conteste «0 muertos, 0 heridos». Porque a partir de ese momento, si haces 1256 y te dice «2 heridos» ya sabes con seguridad que el 5 y el 6 están ahí.
…¿y a dónde nos lleva esto?
Os lo cuento mañana.