El extranjero, es forzoso, entrará en contacto con nativos.
La disposición mental del propio viaje acentuará la percepción de la otredad.
Vivirá, intensamente, cualquier grado de afinidad y extrañamiento. Reflejo y deformación. Identidad y alienación.
Llegado aquí, un doble riesgo.
Primero: asociar lo coincidente con lo humano y llamar cultura al resto.
Al hacerlo se equivocará. Indefectiblemente.
La cultura, esa jardinería ambigua, asumirá con gusto cualquier lectura de lo divergente. Negando, si es necesario, explicaciones más sencillas -como la trayectoria vital de la persona- y hará ley del detalle.
No es posible separar las fases entre estos dos fluidos turbulentos.
Segundo: la búsqueda de lo propiamente humano.
Cuando el discurrir de una civilización ha sido muy otro al de occidente -no confundir con grado, nivel o cualquier otro criterio escalonizante de culturas- existirá la tentación de proyectar en su interlocutor al buen salvaje.
Es esta una construcción exculpatoria y amable. El estado de naturaleza. Lo que el hombre pudo ser. La felicidad sencilla que el poder arrebató.
Otra expresión más de voluntad de infancia.
Tarde o temprano, consciente o intuitivo, el nativo lo sabrá.
Satisfará la necesidad.
Facturará el servicio.
Afortunado el viajero cuyo engaño, al menos, sea honesto.
Joder, tío, quiero escribir como tú. Te has salido.
Vaya, parece que lo dices en serio. Muchas gracias. ;)
Voy a rescatar estos textos («instrucciones para no perderse») y escribir un puñado más para «el proyezzzto». Así que todavía pueden cambiar…
Os contaré y hasta tendré en cuenta.