Frente a las pseudociencias IV – “El fraude científico y su posible influencia en la imagen pública de la ciencia” por Joaquín Sevilla y Javier Armentia

Jueves, último día del Curso de Verano «Frente a las pseudociencias» en el que Joaquín Sevilla y Javier Armentia nos hablaron de los motivos por los que, demasiado a menudo, la ciencia se ve desacreditada por el mal hacer de los científicos.

La sesión, como el resto, fue retransmitida en directo por streaming y se puede ver aquí:

Los momentos de cambio están en:

Mi presentación fue después de los agradecimientos:

«(…)

Y ahora que he dicho las palabras bonitas diré esta otra: Escorbuto.

El escorbuto, como muchos seguramente sabéis, es una afección causada por el déficit de vitamina C, que se requiere para la síntesis de colágeno. Cuando no se ingiere suficiente vitamina C en la dieta se puede provocar pérdidad de cabello, hinchazón de las encías, hemorragias, trombosis, aflojamientos de los dientes, ictericia, edema, fiebre, convulsiones, shock o incluso la muerte.

Pero se cura comiendo fruta en buen estado. Sobre todo cítricos.

Para la humanidad, para las civilizaciones europeas, más bien, el escorbuto supuso un problema formidable en la época en que comenzaron los viajes transoceánicos. Sobre todo entre los marineros, claro. Desde 01500 a 01850, se estima que murieron en torno a dos millones de marineros. Para hacernos una idea, eso suponía que –en cada travesía- morían aproximadamente la mitad de los marineros.

Pero había demasiada riqueza en juego. Así que era necesario encontrar algún tipo de remedio.

Cuenta Bill Bryson en su libro “En casa” que “Vasco de Gama, en una expedición de ida y vuelta a la India, animó a sus hombres a aclararse la boca con orina, una solución que no hizo nada para mejorar su escorbuto y mucho menos para levantar sus ánimos”.

Con el tiempo, ya sabemos que somos buenos estableciendo causas y efectos, la gente se dio cuenta de que los afectados solían recuperarse al llegar a puerto. Pero no sabían si eran los aires del mar o de la tierra, los alimentos y, en ese caso, cuáles. “En cualquier caso”, dice Bryson, “era imposible conservar alimentos frescos durante las travesías prolongadas, por lo que identificar verduras y productos eficaces tampoco tenía sentido. Lo que se necesitaba era algún tipo de esencia destilada —un antiescorbútico, como lo denominaron los médicos— que fuera efectiva contra el escorbuto y además transportable”.

En la década de 1760, es decir, después de dos siglos y medio de escorbuto, James Lind, un cirujano naval, llevó a cabo un experimento científico: escogió a doce marineros con escorbuto y los dividió por parejas. A cada uno le añadió un posible “antiescorbútico”. A unos le dio sidra, a otros vitriol (una dilución de ácido sulfúrico), a otros vinagre, a otros agua de mar, a otros agua de cebada y nuez moscada y a un último grupo naranjas y limones.

¿Adivinan lo que ocurrió?

Todos murieron menos los dos del último grupo que, pronto, estuvieron listos para trabajar.

Ante semejante evidencia, James Lind, llegó a la conclusión de que el escorbuto estaba provocado por alimentos mal digeridos que acumulaban toxinas en el organismo. Lo que pensaban la mayoría de sus colegas de la época. Y que no había una cura sencilla para él. En el libro que publicó al respecto, recomendaba que se comiera ensalada cultivada en sábanas húmedas, dentro de los propios barcos.

Tuvieron que pasar tres décadas hasta que el Almirante Alan Gardner, aplicando cosas que había visto a otros marineros, decidió obligar a su tripulación a echar unas gotas de zumo de limón en su grog. No murió nadie.

Esta es una curiosa anécdota, sin duda, que evidencia hasta qué punto las ideas preconcebidas y los sesgos cognitivos pueden llevar incluso a un científico a rechazar la evidencia. Pero sigue siendo así.

En los últimos días hemos aprendido a entender qué son las pseudociencias, por qué nos seducen, cuáles son sus peligros y por qué hemos de utilizar nuestro pensamiento crítico frente a ellas. Y, por los motivos que vimos ayer con Pablo Linde, consideramos que era contraproducente inventar un debate o una mesa redonda con partidarios de la pseudociencia. Eso sería enviar un mensaje confuso.

Pero sí consideramos valioso realizar un ejercicio de autocrítica, de transparencia. Joaquín Sevilla, Doctor en Física y profesor UPNa , y Javier Armentia, Astrofísico y director de esta casa. Si os parece, podéis contarnos  ¿hasta qué punto está libre la ciencia de los mismos problemas que las pseudociencias? ¿podemos permitirnos dejar de ser escépticos sólo porque “un estudio” o “un experto” haga una afirmación? ¿Cuáles son los problemas en el avance en el conocimiento ciencia hoy en día? ¿Qué consecuencias tiene para la imagen pública de la ciencia?»

2 comentarios en “Frente a las pseudociencias IV – “El fraude científico y su posible influencia en la imagen pública de la ciencia” por Joaquín Sevilla y Javier Armentia

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