El niño está en la puerta de embarque. Unos cinco años. Garabatea unas hojas en el suelo. En realidad, me fijo, hace anotaciones. Anotaciones muy precisas. Su mano es extrañamente hábil. Pues los niños, de normal, hacen curvas largas, descontroladas por la hoja. Éste no.
Tengo curiosidad y con la de tirar el botellín de gaseosa me acerco a echar un ojo disimuladamente. Y, joder, el crio está ahí haciendo filas y filas de números como si fueran -que no pueden ser- cuentas. Larguísimas. La contabilidad de una PYME por lo menos.
Me paro a mirarle. Él se da cuenta, levanta la cabeza.
– Buenos días, ¿puedo ayudarle en algo?
Me sonrío, él insiste.
– Por favor, tome asiento. ¿Es usted cliente de esta oficina?
Me animo a entrar en su juego.
– Bueno, la verdad es que todavía no -le digo sentándome.
– Es tu dinero y tú decides. Pero queremos ser tu banco.
– ¿Pero cuánta tele has visto tú?
– ¿Hablamos?
– Adelante.
Se ríe. Y dentro de la seriedad del juego, se ríe como un niño. Como lo que es.
– Dígame, ¿qué le trae a esta oficina? ¿Quiere abrirse una cuenta?
– Mmmm… no sé. Es que yo no soy de este país, y abrirme una cuenta en el aeropuerto de un país extranjero…
– Ah, ya entiendo. Lo que usted quiere es realizar una transferencia internacional.
– ¡Lo has adivinado!
Levanta la mano y chocamos.
– Muy bien, pues a ver, deme su tarjeta VISA -dice extendiendo la palma.
Hago el gesto de estar dándosela. Él se me queda mirando a los ojos muy serio.
– ¿Te estás quedando conmigo?
Ahí casi me da un ataque de risa.
– Uy, disculpe, disculpe. Creía que la tenía en la mano. ¡Vaya despiste!
Entonces saco mi cartera y le doy mi VISA. Él la mira detenidamente por ambos lados, recorre con sus dedos las diferentes filas de números y mueve levemente los labios, repitiéndoselos a sí mismo.
– Muy bien, dígame. ¿Y a quién le quiere hacer la transferencia?
– A… mi prima Sofía.
– ¿Internacional?
Asiento.
– Entonces necesitaré su IBAN.
No doy crédito. ¿Su madre lo tiene en la ventanilla de la oficina o qué?
En ese momento hacen la llamada para embarcar.
– ¡Vaya! Me voy a tener que ir -le digo.
– No se preocupe -dice tendiéndome la mano-. Vuelva usted cuando quiera.
Conforme me alejo, él sigue haciendo anotaciones en su hoja. A ratos levanta la cabeza y me dice adiós con la mano. Yo me marcho sonriendo y a las dos semanas me fijo que, entre los movimientos de cuenta, tengo un pedido por valor de 42€ en la web de Toys»R»us.
Anulo la tarjeta, pero no el pago. Tengo que reconocer que se lo ha ganado …el muy maldito.
Me has engañado!!! Cuando has especificado que el botellín era de gaseosa te has quedado conmigo inmediatamente…
Muy bonito. Un arrancasonrisas en toda regla.
jejeje…
he de confesar que he jugado conscientemente con eso. ;)
(de lo que ya no me acuerdo es qué estaba haciendo realmente en aquella puerta de embarque el niño que me inspiró la historia…)
Muy bueno, tío. Lo bueno es que por un momento he creído que la historia era real. Por aquello de la becarización -o bancarización-, ya sabes…
Jejeje… la verdad es que bastante gente en facebook o directamente me lo ha preguntado.
…y tengo que reconocer que me he frotado las manos. ;)
Muy bueno! Realmente me has hecho reir. Cada vez que veo en el correo que hay un nuevo post tuyo me ilusiono como un crio
Mola que te digan estas cosas, la verdad. ¡Gracias por no guardártelas! ;)
muy bueno Luis! derrocha simpatia y yo hubiera hecho lo mismo, bloquear la tarjeta sin anular la transaccion! solo por la picardia y la simpatia creativa del chico!
brillante creacion! desde la primera linea te quedas enganchao. BIEN!
¡Ese Tony!
Pues sí, hay veces que a uno le tongan con tanto estilo que al otro no le queda más remedio que aceptarlo. Es lo que un colega mio llama «comprar una anécdota». ;)
¡Gracias por comentar!